Sin embargo, sin duda fue Cataluña el territorio que fue más castigado por la represión, lo cual es lógico ya que fue el principal y último bastión de la resistencia austracista —Cataluña siguió combatiendo a los borbónicos en solitario incluso después de concertada la Paz de Utrecht que puso fin a la guerra en Europa.
[5] El duque Berwick escribió en sus Memorias que aquella orden le pareció desmesurada y «poco cristiana».
Según Berwick, esta se explicaba porque Felipe V y sus ministros consideraban que «todos los rebeldes debían ser pasados a cuchillo» y «quienes no habían manifestado su repulsa contra el Archiduque debían ser tenidos por enemigos».
Especial relevancia tuvo la ejecución del general Josep Moragues, que primero fue arrastrado por las calles por un caballo, luego degollado y cuarteado, y finalmente su cabeza fue colgada en una jaula en el Portal del Mar —una costumbre sólo aplicada hasta entonces a los bandoleros— para que sirviera de recordatorio de quién ostentaba ahora el poder en Cataluña tras la derrota austracista.
El cronista austracista Francesc Castellví describió el ambiente de persecución que se vivió en aquellos días en Barcelona y en Cataluña:[8] A los que no fueron ejecutados o encarcelados se les obligó a marchar al exilio y se prohibió la correspondencia con los territorios bajo la soberanía del emperador Carlos VI.
[1] Tras la fracasada primera entrada en Madrid del archiduque Carlos de 1706 un pequeño grupo de austracistas castellanos siguieron a Carlos III hasta su corte situada en Barcelona.
Así muchos valencianos y aragoneses partidarios del Archiduque se marcharon a Barcelona.
Otro centro fue Roma, donde se refugiaron sobre todo eclesiásticos que se pusieron bajo la protección del papa (cabe recordar que el papa Clemente XI apoyó la causa austracista).
El gobierno borbónico destacó en Roma a José Molines para que informara de sus actividades, cuya fidelidad le valdría ser nombrado más tarde inquisidor general, aunque no llegó a ejercer el cargo porque murió en una cárcel de Milán donde había sido detenido cuando regresaba a España desde Roma.
En esta ayuda jugó un papel esencial el marqués de Rialp, que no sólo asumió el auxilio de los exiliados en Viena, sino que creó un Real Bolsillo Secreto bajo su control directo dedicado a los nuevos vasallos del emperador —españoles, italianos y flamencos— y que adelantaba el dinero cuando se retrasaban las rentas y pensiones que les correspondían a los exiliados españoles.
[17] La influencia del "partido español" en la política imperial fue muy importante porque Carlos VI confió sobre todo en sus consejeros españoles e italianos —como el napolitano Rocco Stella—, porque en su mayoría eran los que habían estado junto a él en la corte de Barcelona entre 1705 y 1711.
El recelo y la desconfianza hacia los austracistas, incluidos los eclesiásticos, siguieron vivos en los años de la posguerra".
En uno de los documentos del Tratado Felipe V otorgaba la amnistía a los austracistas y se comprometía a devolverles sus bienes que habían sido confiscados durante la guerra y en la inmediata posguerra.
Sin embargo, el proceso fue complejo y largo porque las autoridades borbónicas no pusieron demasiado empeño en ello.
En aquellos años aparecieron diversas obras como Record de l'Aliança, atribuida al antiguo conseller en cap Rafael Casanova y en la que se denunciaban los compromisos incumplidos por los británicos; La voz precursora de la verdad, en la que se propugnaba la formación de una gran alianza antiborbónica; o Via fora els adormits, que defendía la vuelta a la Monarquía de los Austrias y si no era posible que los británicos impusieran una «república libre del Principado».