De orientación socialista y vinculada a la UGT, durante la Dictadura y la II República Española se consolidó como el principal sindicato de la provincia, superando en importancia a su propio partido hermano, el PSOE.
Caracterizado por la moderación y su disposición negociadora, su acción reivindicativa logró una serie de mejoras laborales para la incipiente clase trabajadora que creció en Cantabria durante el primer tercio del siglo XX (avances sociales que fueron erradicados por el régimen franquista tras la ocupación de la provincia).
Su apoyo a la conjunción republicano-socialista impulsó en Cantabria las candidaturas antimonárquicas en abril de 1931.
En éstas, operarios del mismo oficio en una población aportaban cuotas a un fondo común (para hacer frente a los períodos de huelga) con objeto de lograr acuerdos colectivos.
A partir de ahí, y según se desarrolle la moderna industria regional, irá consolidándose el movimiento obrero montañés, poniendo en marcha una dinámica sobre el binomio conflictividad social/mejoras laborales.
Ésta instaló su sede al año siguiente en un edificio de la calle Magallanes, instituida en Casa del Pueblo.
La consolidación del movimiento obrero cántabro se produjo en los años 20, momento en el que, igualmente, maduraba el tejido industrial regional: 39 sociedades se hallaban vinculadas a la FOM en 1928, 6 de las cuales pertenecían al Sindicato Obrero Metalúrgico Montañés.
Elegido presidente del Sindicato Metalúrgico Montañés en 1917, fue así mismo presidente de la FOM desde su fundación, alternando este cargo (1922-1923 y 1927-1930) con el de secretario general (1930-1933), hasta su elección como diputado a Cortes en 1933.
En 1932 la FOM hubo de enfrentarse a una tajante negativa patronal respecto al modelo de conciliación colectiva (Jurados Mixtos), al mismo tiempo que su fuerza se veía minada por nuevas pugnas entre socialistas, anarquistas y comunistas, y por problemas internos, que impulsaron una mayor burocratización del sindicato y la concentración de decisiones en la Comisión Ejecutiva.
Las represalias físicas fueron completadas con otros dos aspectos: represión económica y destrucción de la memoria.
Destacan en este negro período activistas como Antonio Más Blanco, Aniceto Reventún Cubría, Ángel Haya Madrazo, Andrés Andraca Asensio o Luis Illera Barbachano.
Los peligrosos pasos a través de la frontera se lograron gracias a contactos en Bayona: José Gómez Escobedo (1937-1947), Fermín Zarza (1947-1950), Agustín Mendia (1950-1952) y Juan Iglesias Garrigós (1952-1971).
Las penas podían ser levantadas mediante el pago de una cantidad en metálico, recurso que pocas veces pudieron utilizar los represaliados.
Para ello se difundieron estereotipos negativos de los sindicatos libres, reconstruyendo y reinterpretando sucesos del pasado para sembrar la duda y eliminar los recuerdos, contraponiendo el “horror marxista” a la bondad falangista.
Para ello se estableció que los líderes ugetistas habían ocultado sus perversos fines bajo un disfraz social-demócrata, intentando así mismo desacreditarles ante los antiguos militantes.