Tras ello fue elegido como embajador en Roma en el 1619, un año después de que empezase la guerra de los treinta años.
Combatió el bandidaje con dureza hasta erradicarlo, para lo cual no dudó en violentar las constituciones del Principado y obviar aquellas que le limitaban en su capacidad de acción.
Así procedió a demoler varias fortalezas de la nobleza rural en las que las partidas de bandidos encontraban refugio.
Sus medidas de represión contaron con el apoyo tácito de las élites urbanas, principalmente con las de Barcelona, pues el crecimiento del bandolerismo habíase convertido en un elemento claramente disruptivo de la actividad comercial del Principado.
En 1627 es nombrado Virrey de Sicilia, y durante su mandato dispuso que se fundieran en bronce las estatuas de Carlos I de España y Felipe IV de España que allí se conservan, ocupando este cargo hasta 1632.