Francisco de Victoria

[1]​ Muy joven y en busca de fortuna se trasladó al Virreinato del Perú, donde trabajó en el comercio.

Como no tuvo éxito con los negocios, en 1560 ingresó a la Orden de Predicadores donde cursó sus estudios y se ordenó como fraile dominico, obteniendo el título de maestro en Teología.

[2]​ Estando en esa función, y contando con importantes amigos, consiguió que el rey Felipe II lo presentara en 1577 como candidato a obispo de la diócesis del Tucumán, que había sido fundada en mayo de 1570 por el papa Pío V, pero aún no había logrado tener un obispo: tres sucesivos prelados fueron nombrados y consagrados obispos del Tucumán sin alcanzar a asumir el mando.

[3]​ En 1579 regresó al Perú, y permaneció allí dos años, preparando su viaje a su obispado.

De inmediato chocó con el abusivo gobernador, con quien tuvo discusiones muy encendidas, por lo que regresó rápidamente hacia la ciudad de Santiago del Estero, aprovechando la ausencia del gobernador.

En oportunidad del Concilio convocado en Lima, Victoria viajó a esa ciudad.

Sin embargo, a Lerma no le fue bien en la gestión y desde Lima se redoblaron los esfuerzos para destituir al tirano gobernador.

Pero esta segunda acusación resultó demasiado para los inquisidores, que enviaron todos los expedientes a España, con lo que las actuaciones se pospusieron durante años; nunca habría juicio formal alguno, ni condena.

[8]​ En 1585, al no ser más gobernador Lerma, pudo regresar a Santiago del Estero.

El nuevo gobernador, Juan Ramírez de Velasco, intentó mejorar las relaciones con el obispo, pero cuando le negó repetidos pedidos de caballos y comida, este lo excomulgó.

[10]​ Toribio de Mogrovejo, para entonces arzobispo de Lima, le informó al rey Felipe II que “se serviría mucho a Nuestro Señor aceptarle la renuncia al obispo, porque él no se aplica a cosa de ella, sino a otras muy diferentes”.

[11]​ Nuevamente en 1585 presentó su renuncia al cargo de obispo, aduciendo problemas de salud y económicos; la renuncia presumiblemente nunca llegó a la corona española o a la Curia Romana.

Escondidas entre las piezas textiles viajaban también varias barras de plata, cuya exportación estaba explícitamente prohibida por la Corona.

El buque que había viajado al Brasil, y que regresaba con gran cantidad de mercaderías necesarias en el Tucumán, fue interceptado por el pirata inglés Thomas Cavendish, que se apoderó del cargamento: efectos varios de metal y 120 esclavos; el buque fue desmantelado y los prisioneros —incluidos la mitad de los esclavos— fueron liberados en la costa patagónica y debieron regresar caminando a Buenos Aires.

De este modo esperaba poder reunir recursos económicos para su diócesis, por lo demás muy pobre ya que el diezmo apenas alcanzaba para sostener las parroquias.

Pero no devolvió la carga al obispo, sino que se la quedó para sí mismo.

Finalmente hubo un avenimiento y lo dejaron proseguir, pero estuvo en Santiago del Estero solo diez días durante, los cuales tuvo tiempo de volver a excomulgar a Ramírez de Velasco.

[1]​ En 1595 fueron descubiertas en las aguas del Callao dos cajas flotando a la deriva, que contenían sendas imágenes de Jesucristo y la Virgen María cuya talla había sido encargada por el obispo Victoria.

Las misteriosas imágenes —nunca se supo qué buque las había cargado, ni qué había sido de él— fueron instaladas en la iglesia matriz de Salta, y en 1592 protagonizaron un segundo hecho misterioso durante un terremoto, por lo que pasaron a conocerse como el Señor y Virgen del Milagro.

Por lo general, todas las denuncias que partieron desde el Tucumán hacia Lima y Madrid tenían ese tenor.