Con la Encarnación en «la plenitud de los tiempos», la historia ha llegado a su momento culminante, ha quedado definitivamente orientada hacia Dios:
Sin embargo, Jesucristo lo utilizó de manera inédita para dirigirse a Dios Padre, revelando así su relación especial como Hijo, su confianza y entrega total a la voluntad del Padre.
Tal retroceso sería, en efecto, como regresar a las prácticas de la gentilidad, perdiendo la libertad alcanzada en Cristo.
[12] En este punto, el apóstol Pablo cambia el tono de su discurso, haciéndolo más afectuoso al recordar el tiempo en que los gálatas se convirtieron a Cristo.
Rememora cómo, en su primera visita (probablemente en el viaje mencionado en Hechos 16,6), los gálatas lo recibieron con gran alegría, a pesar de su enfermedad, cuya naturaleza no se conoce.
Pablo expresa su deseo de que vuelvan al Evangelio y a Cristo, buscando reconquistarlos para la fe.
Esta parte se considera como «el sorprendente argumento final de Pablo» para contrastar a los hijos nacidos de 'una mujer esclava' (Agar), es decir, «estar sujetos a la ley», con los hijos nacidos de 'una mujer libre' (Sara) 'mediante la promesa' y 'según el Espíritu';[22] un contraste entre «ley» y «gracia».
Esta persecución es vista como una confirmación del cumplimiento de las promesas divinas.