Siempre procuraban alimento a sus cabalgaduras, pues estas eran sus más fieles compañeros.
Luego, ya en el monte, cada uno buscaba su camino y sus rutas predilectas.
A mediodía, la obligada parada para el almuerzo, preparado por la mujer y consistente en tortilla, huevos fritos, torreznos, pan, etc., reconfortaba al gabarrero.
El día se alargaba hasta bien entrado el atardecer cuando sobre las seis o las siete de la tarde los gabarreros volvían a encontrarse de camino a casa.
Y además, alcanzaron tal destreza y fuerza con el hacha que muchos de ellos destacaron como magníficos hacheros, ganando muchos campeonatos nacionales.