Gabriel Malagrida

En 1711, queriendo hacerse religioso, se acercó a los Jesuitas de Como y fue admitido ese mismo año al noviciado en Génova.

Arribó al Brasil hacia finales del mismo año en que se embarcó y, ya ordenado sacerdote, fue enviado a Belém de Pará con el fin de aprender la lengua indígena y trabajar como sacerdote en la ciudad.

Sin embargo, será hasta dos años después, en 1723, cuando sea enviado como misionero entre los indígenas Caicazes, que habitaban en la ribera de los ríos Itapicuru y Mearim, en Marañón.

Llega a Salvador de Bahía en 1738 donde continúa con su labor obteniendo grandes conversiones en número y calidad.

Con el paso del tiempo la buena fama de su celo se había extendido por todo Brasil hasta llegar a Portugal.

Contrariando el folleto de Carvalho, Malagrida escribió una pequeña obra llamada Juízo da verdadeira causa do terramoto (1756) en la cual atribuía la catástrofe al castigo divino, a la vez que defendía que el infortunio de quienes habían quedado sin hogar se consolaba con procesiones y ejercicios espirituales.

Carvalho mantuvo en secreto el episodio pero puso bajo vigilancia a la familia Távora e interceptó todos sus mensajes.

Malagrida, que había regresado del exilio, fue arrestado y juzgado, junto con otros Jesuitas, por su presunta participación en el complot.

Malagrida yacía tendido en su celda la mayor parte del tiempo y cuando se incorporaba lo hacía para transcribir las “voces angelicales que le hablaban dentro de su cabeza”.

A continuación su cadáver fue quemado en la hoguera y sus cenizas lanzadas al río Tajo.

La escritora portuguesa Hélia Correia, sitúa en el siglo XVIII su novela Lillias Fraser, publicada en 2001 y en ella hace alusión a la figura del padre Malagrida, al proceso inquisitorial al que fue sometido y a su ejecución.

Imagen de Gabriel Malagrida (1689-1761), misionero jesuita italiano en la colonia portuguesa de Brasil y figura influyente en la vida política de la Corte Real de Lisboa.