Estas cuatro oleadas de migración establecieron la forma en que se organizó la cultura regional, lo cual influyó la vida en los Estados Unidos hasta la actualidad.
El fundamentalismo religioso de los puritanos creó una cocina austera, que desdeñaba los banquetes y se basaba en un aspecto simple.
Comer era visto solo como una actividad práctica, y las únicas ocasiones en que los migrantes consumían grandes cantidades de alimentos y bebidas era en los funerales; en ocasiones, incluso los niños podían beber grandes cantidades de alcohol.
Virginia era el único lugar en Norteamérica donde la haute cuisine de cualquier clase fue practicada antes del siglo XX.
Se hacían con alimentos variados, como manzanas (por ejemplo: apple butter), ciruelas y nueces.
Muchos eran pobres y por lo tanto acostumbrados a una vida difícil, por lo que se diferenciaban del resto, principalmente británicos.
Los panqueques sin levadura eran comunes y se les conocía con nombres como “clapbread”, “griddle cakes” o “pancakes”.
El hábito de comer verduras permaneció popular, pero los alimentos del Viejo Mundo fueron sustituidos por calabacines, calabazas, frijoles, maíz, berro y hierbas silvestres.
Plantas y animales locales ofrecían alternativas interesantes a la dieta de Viejo Mundo, pero los colonos conservaron sus tradiciones y usaron estos productos de la misma forma en que lo hacían en el Viejo Mundo (o los ignoraban si existían alimentos más familiares).
Sin embargo, la cercanía a la costa los proveyó de una dieta rica en pescado durante todo el año, especialmente al norte.
El oso era numeroso en las colonias del norte, sobre todo en Nueva York, y muchos pensaban que la carne de las patas era deliciosa.
La crianza informal permitía a las ovejas andar libres y consumir una gran variedad de forrajes.
Esa dieta generaba una carne potente, de sabor fuerte y consistencia dura, por lo que era necesario cocinarla lentamente para ablandarla.
[25] Los colonos que vivían en las costas de Nueva Inglaterra acostumbraban una dieta rica en productos del mar.
Sin embargo, algunos se quejaban del consumo frecuente de langosta y bacalao, entonces los utilizaban como alimento para los cerdos.
[26] Algunas verduras fueron cultivadas en las colonias del norte, entre ellas nabos, cebollas, col, zanahorias, chirivías, algunas semillas y legumbres, que se almacenaban durante los meses fríos.
[27] Algunas hortalizas nativas del Nuevo Mundo, como frijoles, calabazas y maíz, fueron fácilmente adoptadas a la dieta de los colonos.
[28] La mayoría no fueron injertados, y producían manzanas demasiado ácidas o amargas para su consumo; así es que la producción era expresamente para fabricar sidra.
[34] La cerveza era muy importante para los colonos norteamericanos, por ello cuidaban meticulosamente la producción de cebada para así asegurar una buena calidad.
[35] Además de estos productos que se producían América, los comerciantes importaban vino y brandy.
A diferencia del norte, el sur no tuvo una única cultura base o una cocina tradicional.
Los esclavos y los europeos pobres compartieron una dieta similar, basada en muchas de las cosechas indígenas del Nuevo Mundo.
[36] En el siglo XVIII, en la región de Chesapeake todavía se preparaba sidra casera como bebida común.
Este tipo de producción era por temporadas, ya que solo los grandes plantadores tenían fondos y tecnología para producirla todo el año.
Los que tenían acceso al trigo frecuentemente desayunaban galletas, junto con saludables porciones de cerdo.
La carne salada de cerdo era fundamental en su dieta, ya que se usaba tanto para dar sabor a otros alimentos como en su consumo directo.
Por consiguiente, cierto número de colonos inició un boicot en el que se sustituían productos importados por nativos.
[41] Independiente al sentimiento, escoceses, irlandeses y alemanes trajeron consigo bebidas alcohólicas desde su llegada en la década de 1730, y siguieron produciéndolas en alambiques importados, o en otros que se basaban en el diseño del Viejo mundo, en oposición al control económico inglés.
Los soldados necesitaron uniformes y, como todo el embarque había cesado, la lana se volvió un recurso vital.
En la primera publicación norteamericana del libro de Hannah Glasse: Art of Cookery Made Easy, desaparecieron los insultos hacia la comida francesa.