Siendo todavía un niño, comienza a familiarizarse con los colores y la forma de combinarlos.
Después, se desplaza a Milán donde comienza su formación artística iniciando sus estudios en arquitectura.
En estos primeros años, el artista comenzaba ya a dar muestras de su gran sensibilidad artística, lo que le lleva a representar ante todo figuras humanas, sin dejar de lado los paisajes.
Es en este momento cuando su maestro Cesare Tallone le propone ser suplente en sus clases, dentro de la propia academia.
Curiosamente, Caprotti fue el único que consiguió vencer en ambas categorías de forma simultánea.
Dos años más tarde, Caprotti celebra su primera exposición personal con un éxito rotundo, ya que en apenas dos días se vendió la totalidad de las obras expuestas (un total de cincuenta entre cuadros y dibujos).
Algo que para otro artista habría sido un halago, a Caprotti le hace sentir insatisfecho y comienza a desconfiar del éxito fácil, poniéndose como objetivo de su carrera la humildad, la sinceridad y el esfuerzo diario.
A partir de este momento, las obras del pintor italiano se vuelven más elegantes y sugestivas, especialmente en los retratos femeninos.
Además, se dedicó a pintar principalmente paisajes en Rusia durante un año.
Durante la Primera Guerra Mundial prosigue sus viajes, desembocando en España, donde visita ciudades como Toledo, Segovia, Burgos, Murcia, Elche y finalmente Ávila.
Según sus propias palabras: “Una gran nevada paró el tren(…) Entré pues en Ávila.
Y al llegar ante una muralla espectacularmente nevada… la luz me llenó los ojos y el alma… En la noche esplendorosa de Plenilunio, bajo un arco de la muralla, un hombre cantaba (…) Me dijeron era un “sereno” y decidí quedarme en Ávila… esa impresión ha influido en toda mi vida dedicada principalmente a ensalzar esta tierra que tanta raigambre ha cogido en mi corazón…”[2] Una vez asentado en la ciudad amurallada fue acogido con simpatía por sus habitantes y pronto el alcalde de la localidad le autoriza trabajar en el viejo edificio del Alcázar, ya desaparecido.
En el verano de 1919, contaba también con un domicilio y taller en Madrid, aunque continúa residiendo en Ávila.
En este tiempo, visita otras ciudades españolas como Barcelona y sigue enviando obras a los Salones de París, Londres o Nueva York.
El estudio fue finalmente bombardeado por la aviación franquista, aunque los hombres del Ejército Popular salvaron algunos de sus óleos.
Después de la guerra vuelve a Ávila con su familia, recuperando la normalidad en su trabajo.
Más de cien de sus cuadros fueron destruidos o vendidos durante la guerra, e incluso descubre que un individuo llamado “Targel” los vende como suyos tras haber sustituido la firma del pintor.
También continúan sus viajes por Europa y sus exposiciones, impartiendo conferencias o participando incluso en actos de exaltación patriótica en España.
Después de este éxito aumenta su presencia en exposiciones y muestras individuales.
Todo esto le permite viajar por otros países del continente americano, como Venezuela, Cuba, Haití o los Estados Unidos.
Este, según declaró el propio pintor, sería su primer y último mural.
En la actualidad, su tumba se encuentra en el cementerio de Ávila, decorada únicamente con su mano derecha, esculpida por su hijo Óscar.
Esta gran pluralidad era justificada por el propio artista como la forma en que la inquietud de su arte debía evidenciar su evolución, en contradicción con la monotonía pictórica.
Mientras que en su primera etapa en Italia nos encontramos con retratos muy naturalistas y con luminosos paisajes, a su llegada a París se ve fuertemente influenciado por el impresionismo y pronto aplica técnicas divisionistas en sus obras.
En estos años destacan tanto paisajes urbanos como campestres, además de retratos y figuras.
Así, representando paisajes y personajes típicamente castellanos, logra un reconocimiento prácticamente mundial.
La ofrenda del pan (o Misa en Castilla): Existe una versión anterior de 1919, pero este óleo sobre lienzo fue fechado en 1936 en Ávila.