Historia de la paleoantropología

Georges Cuvier, la gran autoridad en geología de su tiempo —primeras tres décadas del siglo XIX—, afirmaba que ninguna de las petrificaciones humanas encontradas hasta el momento correspondían a fósiles, aunque no negaba que pudieran existir.

Defendió esta idea hasta el final de sus días, aunque cada vez los descubrimientos eran más claros.

Las razones que argüía era que todos los restos humanos encontrados se encontraban en cuevas, y como en tal situación los restos no eran datables con fiabilidad, pues están fuera de todo contexto estratigráfico, no se podía establecer su antigüedad.

Con la muerte de Cuvier y su dogmatismo sobre esta cuestión la autenticidad del hombre fósil tuvo el corral abierto.

Dicha idea no fue bien recibida como tal en su tiempo, aunque sí que ayudó mucho en reconocer a la evolución como un hecho científico, que afectaba incluso al hombre, creándose diversas hipótesis sobre los mecanismos evolutivos, generalmente lamarckistas, en donde las especies tienen una tendencia intrínseca a la perfección.

Hubo un debate generalizado sobre si la evolución era o no era un hecho científico, y, centralizado el debate en la cuestión del hombre, se requería de un «eslabón perdido», un fósil transicional entre primates superiores y humanos modernos que tuviera características intermedias.

Por ejemplo, el hombre de Java llegó a tener hasta seis denominaciones distintas.

Francis Clark Howell recalificó a Homo transvaalensis en el género Australopithecus, manteniendo las ideas de Mayr.

Homo diluvii testis : el «hombre testigo del diluvio».