Los habitantes del poblado, concebido como una pequeña ciudad-jardín de viviendas unifamiliares y organizada por manzanas, era los trabajadores de la planta química, que entró en servicio en 1948 pero que no estuvo plenamente operativa hasta 1952, coincidiendo con la terminación de la iglesia, y sus familias.
Su vocación monumental se expresa con un diseño moderno y funcional, acorde con su época, donde destaca el uso de las formas prismáticas.
El interior es también en extremo austero, destacando la convergencia de la vista hacia el altar iluminado por la vidriera exterior, con las claraboyas cuadradas abiertas en una cubierta adintelada y sin sustentación exenta en los planos anteriores.
Una intención de integralidad estilística se aprecia en el diseño de elementos como el altar, el coro alto, la pila bautismal y los confesionarios, que responden a las mismas formas puramente funcionales, inspiradas en los volúmenes industriales, pudiéndose hablar de un estilo minimal.
Nada del exterior o del interior se aparta de lo rectilíneo en este severo pero depurado edificio religioso bien integrado en su entorno fabril.