En 1535, el rey Enrique VIII de Inglaterra, que llevaba barba él mismo, implantó un impuesto sobre la barba.
Se trataba de un impuesto graduado, cuya cuantía variaba con la posición social del contribuyente.
[2] Quienes pagaban el impuesto estaban obligados a llevar una «ficha de barba».
Tenía inscritas dos frases: «el impuesto de barba ha sido recaudado» (literalmente, «dinero recaudado») y «la barba es una carga superflua».
[4] Quienes se oponían al impuesto eran afeitados a la fuerza públicamente.