[1] Incursionando en el territorio persa, el ejército de Alejandro ya no era un ejército liberador de pueblos oprimidos, todo lo contrario, eran fuerzas que ocupaban un territorio totalmente hostil donde la resistencia era muy probable.
Alejandro, junto con la caballería e infantería, se dirigió directamente a la ciudad de Persépolis por el camino más corto pero a la vez más difícil, ya que tenía que atravesar un cordón montañoso.
De esta forma, el grueso del ejército que estaba con Parmenión no sufriría un desgaste.
Durante casi doscientos años esta festividad anual fue realizada ininterrumpidamente en Persépolis, el centro ceremonial del Imperio.
El rey macedónico subió las vastas escaleras de la Puertas de Jerjes junto con sus hombres; la vista para los griegos debió ser asombrosa: una vasta pomposidad se extendía ante sus ojos, nunca visto en el mundo griego hasta ese entonces.
Una vez encontrado el tesoro real persa y puesto bajo tutela, Alejandro liberó a sus tropas para el saqueo de la ciudad, siendo completamente saqueada por las fuerzas griegas al igual que toda muestra de la civilización persa.
Al frente de Persépolis, Alejandro Magno nombró como sátrapa a un noble persa.
El tacto del macedonio se evidencia por la razón de que Persia nunca fue un territorio sometido dentro del Imperio aqueménida y como tal ni era gobernado por un extranjero ni estaba obligada a pagar tributos.
[7] Durante años, cuando emergía una polis hegemónica los sátrapas persas dejaban de apoyar financieramente para buscar y comenzar a solventar un nuevo oponente griego.
De tal forma que ninguna polis griega podía ser una amenaza para el Imperio persa.
A su vez, este mito fijaba nuevos potenciales conflictos, ya que cumplida la venganza, no existía motivo suficiente para continuar la campaña expedicionaria.
Para muchos la conquista de la capital ceremonial del Imperio persa sería el fin del recorrido, sin importar que el fugitivo rey Darío III continuara con vida cerca de Hamadán y una batalla campal sea todavía factible.
Los hechos de destrucción anteriores se debían a cuestiones políticas y militares.
Por lo tanto, no es el caso de Persépolis, cuya rendición fue pacífica, su ocupación fue sin bajas para el ejército griego y ampliamente recompensado con las riquezas existentes en su tesoro real.
Guardias y habitantes de la ciudad fueron muertos indiscriminadamente hasta que Alejandro mismo ordenó a sus tropas apaciguarse.
Todos estos hechos vandálicos fueron ejecutados en el momento de que las tropas helenas ocuparon la ciudad.
Según Ptolomeo, y por extensión al cuerpo de oficiales del rey macedonio, el incendio de la capital persa respondió a un acto previamente calculado y deliberadamente ejecutado.
Ptolomeo no menciona a ningún personaje secundario como partícipe del incidente de Persépolis.
Los concurrentes del banquete aplaudieron la iniciativa y Alejandro, de pie, tomó una antorcha y en procesión fue hasta el Salón de las Cien Columnas seguidos por los concurrencia; luego prendió a fuego el salón.
De esta forma, Alejandro provocó más daño del que inicialmente pretendía hacer.
De ahí su tergiversación[18] como un acto premeditadamente planeado por Alejandro en venganza por las atrocidades persas en Grecia.