Un estudio sociológico de 2014 concluyó que: «Australia y Canadá son los más receptivos a la inmigración entre las naciones occidentales».
Las condiciones de la Tercera Flota, que siguió a la Segunda en 1791, eran algo mejores.
Seguirían otras flotas de transporte que traerían a la colonia más convictos y hombres libres.
Al final del transporte penal en 1868, aproximadamente 162 000 personas habían entrado en Australia como convictos.
Quizá el caso más célebre fue el de Egon Erwin Kisch, un periodista checoslovaco de izquierdas, que hablaba cinco idiomas, que fue suspendido en una prueba en gaélico escocés y deportado por analfabeto.
El número de inmigrantes necesarios en las distintas fases del ciclo económico podía controlarse variando la subvención.
Antes de la federación, en 1901, los emigrantes asistidos recibían ayudas para el pasaje con cargo a los fondos del gobierno colonial.
El gobierno británico pagaba el pasaje de convictos, indigentes, militares y funcionarios.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Australia puso en marcha un programa de inmigración masiva, convencida de que, tras haber evitado por los pelos una invasión japonesa, debía «poblarse o perecer».
Inicialmente no había restricciones en cuanto a la cualificación, aunque bajo la política de la Australia blanca, a las personas de origen mestizo les resultaba muy difícil beneficiarse del plan.
Los inmigrantes representan el 30 % de la población, la proporción más alta entre las principales naciones occidentales.