Investidura presidencial de Franklin D. Roosevelt en 1933

Este, en especial, es el momento de decir la verdad, toda la verdad, con franqueza y valor.

Esta gran nación resistirá como lo ha hecho hasta ahora, resurgirá y prosperará.

Estoy convencido de que el gobierno volverá a contar con su apoyo en estos días críticos.

La naturaleza continúa ofreciéndonos su exuberante abundancia, y los denuedos humanos la han multiplicado.

La satisfacción y el estímulo moral del trabajo no deben volverse a olvidar en la irreflexiva persecución de beneficios fugaces.

No es un problema insoluble si nos enfrentamos a él con juicio y arrojo.

Como política personal práctica, soy partidario de solucionar primero los problemas más acuciantes.

No escatimaré esfuerzos en recomponer el mercado mundial mediante un reajuste económico internacional.

Si interpreto bien el ánimo de nuestro pueblo, es ahora cuando comprendemos, como nunca antes lo habíamos hecho, nuestra interdependencia; que no podemos limitarnos a tomar, sino que también debemos ofrecer.

Con el poder que me otorga la autoridad constitucional, trataré de llevar a una rápida adopción estas medidas o aquellas otras que el Congreso elabore a partir de su experiencia y su sabiduría.

Pediré al Congreso el único instrumento que queda para enfrentarse a la crisis: un amplio poder ejecutivo para librar una batalla contra la emergencia, equivalente al que se me concedería si estuviéramos siendo invadidos por un enemigo.

A cambio de la confianza en mí depositada, devolveré el coraje y la entrega que requieren estos tiempos.

Franklin D. Roosevelt junto a su esposa Eleanor Roosevelt y Joseph Robinson en 1933