Aun cuando en Tamoe Sade nos describe una sociedad feliz, no abandona su pesimismo advirtiendo al lector que tal sociedad no pertenece a la realidad: Sade sitúa a la isla en un punto indeterminado, desconocido, de la ruta que recorriera en sus viajes el capitán Cook.
En su interior reina la paz porque sus habitantes tienen garantizadas sus necesidades producto de su trabajo y están regidos por leyes benévolas que les permiten vivir en libertad.
El matrimonio es una ceremonia en la que los cónyuges contraen la obligación de amarse y procrear hijos; donde se comprometen, el hombre a no repudiar a la mujer ni la mujer al hombre sino por motivos legítimos.
Esto, unido a la posibilidad del divorcio hace que el adulterio, "tan frecuente en occidente", en Tamoe resulte extremadamente raro.
Mediante la igualdad se acaba con la avaricia y con la ambición, causa de no pocos crímenes.
En todo caso los castigos son ligeros, en proporción a los delitos posibles en su nación: “humillan pero jamás marcan con el hierro candente” (costumbre de la época).
Zamé narra varios ejemplos de castigo, uno es pasear al delincuente custodiado por dos pregoneros que van pregonando por toda la ciudad el delito cometido.
Zamé continua dando detalles sobre la vida en la isla invitándoles a varias ceremonias para que se hagan una mejor idea de la misma.