James Thomas Sadler

Contaba con cincuenta y tres años cuando asesinaron a la prostituta Frances Coles en 1891.

Su compañero de ocasión resultó ser un varón bastante mayor que ella, pues cifraba cincuenta y tres años.

Había ido con la chica a la casa de huéspedes en que ésta residía, siendo visto por primera vez por el casero.

Profusas manchas de sangre salpicaban sus ropas y se mostraba muy alterado.

Le pidió al dueño que le permitiese pernoctar allí, pero este receló de la veracidad del relato y se negó a alojarlo sugiriéndole, en cambio, que se dirigiera al London Hospital de Whitechapel a curar sus heridas.

Los policías se vieron forzados a blandir sus porras contra las cabezas de los enardecidos vecinos para salvarle la vida al detenido, el cual, aparte de insultos y amenazas, no pudo evitar recibir varios puñetazos en su rostro que, una vez más, lo dejaron ensangrentado.

Contó que la había conocido dieciocho meses atrás mientras gozaba de permiso.

El juez actuante ordenó recluir al sospechoso en la prisión de Holloway.

Tan torpe devino esta campaña difamatoria que el Ministro del Interior inglés lamentó ante el Parlamento que los periódicos buscasen satisfacer de manera tan sensacionalista la curiosidad del público.

El apresado, a su vez, proclamaba con énfasis su inocencia, y uno de los diarios recogió su queja: “¡Qué bendición será mi caso para la policía!

[8]​ Concluye ese informe resaltando que tras la exoneración del detenido no hay otras personas indagadas en conexión con el homicidio de Frances Coles.

Allí narra que cuando ultimaron a Frances Coles se dio por sentada la culpabilidad de su amante por cierta prensa con “demasiada rapidez”, pero los detectives tenían dudas al respecto y se valieron del propio Richardson y de otro reportero.

Para festejar el éxito se celebró un brindis con abundante licor en las oficinas del diario de Richardson.

Lo persuadieron que por seguridad era mejor poner esa suma dentro de la caja fuerte del periódico, a lo cual el fogonero accedió.