Tras finalizar en Colombia las persecuciones en contra de los Jesuitas, en 1858, Paúl regresa nuevamente a Bogotá, donde asciende con prominencia como maestro, orador y consejero.
En 1869 el reverendo Roberto Pozo lo envía a El Salvador con el fin de establecer una nueva residencia jesuita en San Salvador, pero es exiliado nuevamente en 1872, junto con otras órdenes religiosas, por el Presidente de El Salvador, el mariscal Santiago González Portillo, político guatemalteco nacido en Zacapa y nacionalizado salvadoreño.
Paúl junto con otros sacerdotes, llegaron a Ecuador, antes de ser enviados al Estado Soberano de Panamá, Estado perteneciente a Colombia, por su Presidente Buenaventura Correoso.
[1] Entre sus acciones como Obispo de Panamá, Paúl reorganizó y estableció diferentes parroquias a lo largo de la Ciudad de Panamá, también se desempeñó en visitas pastorales a las diferentes comunidades y buscó una mejor disciplina y educación del clero en Panamá.
Con el tiempo Paúl fue tildado por Lesseps como El prelado más ilustre que he conocido, gracias a su apoyo y consejería en medio de la construcción.