Juan Salafranca Barrio

Tras graduarse, solicitó ir al frente de África y fue destinado a Ceuta en 1911.

La rivalidad era imaginable: si Salafranca estaba más condecorado, Franco ya le aventajaba un grado y era capitán, por haber sido ascendido en 1915 por méritos de guerra.

Ese día llevaron a cabo el asalto al poblado del Biutz, muy cercano a Ceuta, por orden del general en jefe de operaciones en África y alto comisario general Francisco Gómez Jordana, que consideró muy importante recuperar ese asentamiento, para asegurar las comunicaciones desde Ceuta.

La tercera, mandada por el general Sánchez Manjón, atacaría por la derecha la loma de Ain-Yir.

Finalizado el combate, replegó a su tropa y se unió al resto del tabor, que quedó al mando del capitán jefe accidental Fernando Lías Pequeño, tras la muerte del comandante jefe Muñoz Gui y con el que se dirigieron a la cercana posición de Kudía-Federico.

“-asistiendo ese día a la operación que dio por resultado la toma y recuperación del Biutz (Ceuta) en la que sostuvo duro combate con el enemigo que se hallaba fuertemente atrincherado en las lomas de las Trincheras, resultando dos veces herido una en la pierna y otra en el cuello, continuando al mando de sus fuerzas a pesar de sus heridas, ordenándole el Capitán Jefe accidental del Tabor Fernando Lías Pequeño, saliese a llevar un parte al jefe de la columna, coronel Génova, lo que cumplimentó, siendo muerto el caballo que montaba al regresar de transmitir dicho parte, permaneciendo al frente de sus fuerzas hasta que ordenó el repliegue……”.

Cendejas no pudo firmarla por tener ambas manos vendadas y además murió por las múltiples heridas dos días después, pero le acabaría siendo concedida la laureada a título póstumo.

Estuvo hospitalizado en Ceuta hasta el [9 de julio, que continuó su recuperación con licencia para ir a su casa en Madrid.

Jefe del Tabor Enrique Muñoz Gui, el capitán Francisco Palacios y el capitán Francisco Franco; a propuesta del capitán jefe accidental del tabor Fernando Lías Pequeño, que también sería recompensado por los méritos de aquel día, con el ascenso a Comandante en enero de 1917.

Sin embargo nadie propuso para el ascenso al capitán Franco, probablemente porque ya había sido ascendido a Capitán muy recientemente por méritos en otra acción anterior, por lo que Franco se propuso a sí mismo para el ascenso; aunque sin resultado ya que le fue denegado por la junta militar competente.

No era un ascenso y le cerraba la puerta a la obtención de la laureada.

El Capitán Salafranca, en sus últimas palabras antes de morir en Abarrán en 1921, con las tripas fuera, el capitán Salafranca encomendó a los que le rodeaban, que se pidiera la Laureada para su madre.

Igualmente Franco, siempre creyó ser merecedor de ella desde que fue herido en el combate del Biutz y en declaraciones muy posteriores hechas a biógrafos, siguió afirmando lo declarado en aquel juicio, respecto a haber continuado al mando del asalto desde la camilla, según recoge Eduardo Palomar Baró, en su artículo titulado Laureada para el Generalísimo del año 2008, tal y como también se relata este episodio en el documental Franco ese hombre de José Luis Sáenz de Heredia realizado en 1964.

Comienza aquí un periodo mucho más activo de operaciones para las fuerzas regulares, en las que se pone a prueba su dureza y disciplina.

Días más tarde participó en otra acción similar incorporado al tabor del comandante Manuel Llamas.

Así mismo fue mencionado por el teniente coronel jefe Miguel Núñez de Prado, en cuya Columna estuvo en vanguardia en varias operaciones.

En esas fechas le fue propuesto al general Silvestre por tribus amigas del harka de Tensamán, colaboración para que establecieran una posición en el monte Abarrán, al otro lado del río Amekran, por el temor que había allí a los rebeldes beniurriagueles de Abdelkrim, cada vez con mayor presencia en la zona.

La loma de Abarrán era un espacio yermo, sin agua, ni casi piedras que permitieran construir un parapeto.

Luego instalaron trece tiendas cónicas y la batería de cuatro cañones.

Al llegar a Annual, 4 horas después, el propio Villar pudo contemplar con unos prismáticos cómo ardía la posición recién dejada de Abarrán.

Cuando el alférez Luis Fernández fue a dar parte al capitán Salafranca, fue muerto de otro balazo y Salafranca que fue en su ayuda también resultó alcanzado y herido en un brazo, pero continuó al mando.

Algunos indígenas desertores que no habían saltado el parapeto de la posición, empezaron a disparar desde dentro contra ella.

Unas versiones dicen que Flomesta se suicidó entonces, aunque la versión oficial y más extendida dice que el teniente Flomesta herido, fue hecho prisionero con la intención de que arreglara los cañones, pero se negó a ser curado y a comer, muriendo en cautiverio treinta días después.

Pocos días después de la escabechina en Monte Abarrán fueron recuperados en Annual los cuerpos del capitán Salafranca y del cabo artillero Daniel Zárate, por cuyo rescate se pagaron 4000 pesetas que fueron recolectadas entre los oficiales.

En la nota de esta fecha se vuelve a mencionar que los Regulares erigirán un monolito en su memoria.

Así lo hicieron, volviendo los restos (huesos solo) del que fue su hijo, que lo reconocieron porque milagrosamente no lo vieron y no lo quemaron como al resto de la guarnición; lo encerré en una cajita, y en el mismo sitio donde se encuentra el capitán Salafranca (que pereció en Abarrán antes de los sucesos) y donde hoy se entierran los cadáveres de los prisioneros que mueren, así como también lo está el del coronel Alcántara.

El Capitán Salafranca”, al que pertenecen estos párrafos: Salafranca, desde que salió de la Academia marchó a África; herido dos veces en el combate del Biut, S.M.

el Rey le envió la enhorabuena; entonces se dijo que este soldado admirable iba a recibir la cruz laureada de San Fernando.

Aún es tiempo de que reanudemos la amistad, borrando ese hecho.’ No fue atendida ni estimada esta gestión, y según las noticias que a mi han llegado, la respuesta fue violentísima.

En ella, cuando se relatan los hechos acaecidos en Abarrán, se pone en boca de Abdelkrim: “Habría dado cualquier cosa para que los rifeños no hubieran matado a esos pobres chicos, sobre todo a su capitán Salafranca, que conocí en Melilla... Fue el comienzo de mis pesadillas.