El demandante era el pastor Jón Magnússon, que padecía problemas de salud desde 1654.
El hijo también confesó haber hecho enfermar al pastor y de haber utilizado signos mágicos y runas para provocar pedos (Fretrúnir) contra una niña.
La maldición de las flatulencias se consideraba especialmente implacable; no solo por humillar a la víctima, sino porque también causaba malestar abdominal crónico y debilidad.
Ambos padre e hijo fueron encontrados culpables de hechicería y ejecutados en la hoguera.
El caso fue llevado a Þingvellir, fue desestimado y la mujer dejada libre.