Sin embargo, Bertolucci negó en ese momento haber visto la película japonesa.
Cada testigo relata sus actividades durante el día y la noche, y cada narración sirve como una parte de la historia de la vida colectiva, en el ambiente del miserable barrio del Trastévere romano.
Dos adolescentes comparten una tarde agradable junto a dos mozas, pero terminan robando a un homosexual en el parque; cuando la policía intenta interrogarlos, uno se ahoga en el Tíber al huir.
Muchos críticos italianos, al notar la radiografía que en este filme se hace de un submundo romano de ladronzuelos, proxenetas, vagos y otros marginados sociales, pensaron que era una película perteneciente al universo de Pasolini, aunque Bertolucci hizo un esfuerzo consciente para crear su propio estilo centrándose en los elementos más líricos y procurando acentuar sobre todo dos temas: la muerte y el paso del tiempo.
No en vano Pasolini era amigo de su padre, el poeta, y vivían ambos en la misma casa del Trastévere.
La estética general es la del neorrealismo italiano: por ejemplo, ningún actor es profesional, las localizaciones son reales y el guion está dialogado en dialecto romanesco (para lo cual Bertolucci requirió de la ayuda del escritor Sergio Citti, buen conocedor del dialecto romano y colaborador habitual de Pasolini, quien se sentía más seguro en su idioma friulano) si bien pertenece a la segunda fase de este movimiento: un cine de denuncia social de la pobreza, en que Bertolucci intenta combinar el naturalismo con su particular lirismo.