Retórica en España

Fuera de contar con algunos hispanorromanos que fueron ya eminentes retóricos, como Séneca el Viejo, llamado también el Rétor, autor de libros de controversias y suasorias que sirvieron para enseñar la materia, o el mismo Marco Fabio Quintiliano, cuya Institutio oratoria se considera el texto modélico y clásico de su enseñanza; durante la Edad Media no se interrumpe en España el contacto con la cultura clásica helénica, bien sea directamente o a través de los árabes.

No hay aportaciones sustancialmente originales, aunque sí algunas opiniones divergentes que no se desarrollaron a fondo; se percibe además una tendencia creciente a separar la retórica de la dialéctica.

Por otra parte, Francisco Alfonso de Covarrubias nada a contracorriente al recomendar en su Instructio predicatoris los modelos cristianos frente a los clásicos y rechazar de plano el conceptismo.

[1]​ Pero, en la estela del engolado modelo de predicación que representaba fray Hortensio Félix Paravicino, muchos otros transformaron la palabra del púlpito en algo tan elaborado, retorizado e hiperculto que era prácticamente incomprensible para las finalidades morales de la misma; no servía a las intenciones prácticas de edificar almas y reformar costumbres, porque los contenidos se diluían en rebuscadas palabras, alusiones, elusiones, hipérbatos y juegos de palabras incomprensibles, así como en vanos y cortesanos énfasis; mucha culpa en esto la tuvo la obra del jesuita Baltasar Gracián Agudeza y arte de ingenio, que alcanzó un éxito considerable entre los predicadores.

Ya en el siglo XVIII el escritor jesuita José Francisco de Isla se propuso desterrar esos excesos retóricos, al igual que Cervantes había hecho con los libros de caballerías, mediante una novela satírica: Vida del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias zotes (1758).

Por otra parte, Ignacio de Luzán, más conocido por las dos ediciones de su famosa Poética, dejó inédito un muy interesante y originalísimo manuscrito titulado La Retórica de las conversaciones fechado en 1729 y que sólo ha visto la luz modernamente en una edición de 1991, presentada por M. Béjar Hurtado; el autor sostiene el carácter eminentemente persuasivo del uso coloquial del lenguaje, y describe la fuerza expresiva y comunicativa de los diferentes procedimientos que normalmente se emplean en la conversación ordinaria, analizando las diversas funciones que las convenciones sociales le asignan al lenguaje.

El autor ha recurrido casi solamente a su propia observación y utiliza otras fuentes con independencia de criterio.

Los principales tratadistas de retórica del siglo XIX español que contienen algún elemento novedoso son Francisco Sánchez Barbero (Principios de Retórica y Poética, 1805), José Mamerto Gómez Hermosilla (Arte de hablar en prosa y verso, 1826) y Pedro Felipe Monlau (Elementos de Literatura o Tratado de Retórica y Poética, 1842); todos los demás, que son muchos, adoptan una perspectiva exclusivamente didáctica o que reduce la retórica a mera elocución o disciplina literaria.