Es la cabecera y mayor población del cantón de su nombre.
Separados por el río, pueblo y abadía se unen por un elegante puente románico en escarpa, con dos arcos, perteneciente al siglo XII, que encontramos casi intacto.
Este puente era el único medio de comunicación ente la abadía y el pueblo, y antiguamente estaba defendido por tres torres.
Testimonios de ese esplendor encontramos las fachadas de las casas pertenecientes a los siglos XII al XVIII.
Actualmente, sus calles se hallan pavimentadas con guijarros y piedras, la villa alberga numerosos artistas y artesanos y comercios donde se ofrecen productos locales de gran calidad, miel, vino, alfarería, piel, joyas y artesanía, lo que unido a sus monumentos atrae al turismo.