Sin embargo, el ganador de esas elecciones era el mismo Prado, resultando todo el proceso constitucionalmente cuestionable.
Esto generó gran descontento en la población, por lo que el anciano mariscal Ramón Castilla decidió volver al Perú para defender la constitución de 1860.
En el camino desértico, en la pampa del Tamarugal enfermó y recayó en el asma, le atacó el soroche, tuvo fiebre alta y sufrió inmensos dolores, pero aun así siguió al frente de la tropa.
Prado ordenó erigir un mausoleo con la inscripción «El Perú al Gran Mariscal Ramón Castilla».
Su viuda, Francisca Diez Canseco, recibió una pensión, como si su marido hubiera muerto en guarnición.