Tradiciones como que el capitán sea el último en abandonar el navío o que sean las mujeres y los niños los primeros en ocupar las plazas de los botes salvavidas en caso de naufragio, son algunas de estas costumbres.
De acuerdo a esta tradición marinera, en el caso de que un grupo de marinos quedase a la deriva en alta mar, una vez agotado el alimento, los náufragos podían echar a suertes quién de ellos sería sacrificado para servir de alimento a los demás.
Este proceso se repetiría tantas veces como fuese necesario hasta que los supervivientes fuesen rescatados, o hasta que quedase un único superviviente en la balsa.
[1] De acuerdo a la ley del mar, únicamente podían ser usados como alimento bien los cuerpos de personas que hubiesen muerto por causas naturales -habitualmente heridas producidas en el naufragio, o más comúnmente muertos por haber bebido agua de mar-, o bien aquellos supervivientes que el azar hubiese escogido para tal fin.
Entre los marinos era habitual usar el método del cordel: se cortaban tantos pedazos de cabo como supervivientes quedasen y aquel que escogiese el cordel más corto era el elegido para el sacrificio.