[1] Ordenado sacerdote en la diócesis de Ávila en 1916,[2] poco después ingresa a la congregación dehoniana.
[1] Perseguido durante la Guerra Civil Española, muere ejecutado sin renunciar a su fe, por lo cual la Iglesia católica lo considera un mártir.
Además, su estado de salud lo fastidiaba y si no hubiera sido por la obediencia ya habría tomado otro camino.
Durante ese período pide a su obispo poder ingresar en la Orden de los Carmelitas Descalzos.
Durante algunos años tuvo que pasar revista militar una vez al mes en Madrid.
Le gustaba el lema que tenía esta Congregación: “Amor y Reparación”.
Con esta Primera Profesión, D. Mariano se convirtió en el P. Juan María de la Cruz.
Una vez que hizo su profesión religiosa como dehoniano, su primera comunidad siguió siendo la de Novelda, donde había hecho su Noviciado.
A la vez sirvió pastoralmente en la iglesia de la comunidad, un templo que fue destruido durante la guerra civil.
Fueron muchos los chavales que de la mano del P. Juan llegaron a la entonces llamada Escuela Apostólica El Crucifijo.
En el mes de julio, antes del levantamiento militar que provocó la guerra civil, se palpaba la inestabilidad y los rumores sobre dichos movimientos militares eran incesantes.
El P. Cantó reunió a todos los religiosos de Garaballa y les mandó salir en distintas direcciones.
Él tenía que pasar delante de aquel templo, pero en ese momento lo estaban incendiando.
Dentro del edificio, ardían en una pira objetos sagrados de culto, amontonados en el mismo centro.
Esto picó mi curiosidad y quise informarme directamente por él mismo, porque se me hacía muy difícil creer que, alguien tuviese tanto coraje o fuera tan ingenuo como para asumir tan dramáticas consecuencias.
Efectivamente se lo pregunté, y él mismo me dijo que, al ver el incendio de la iglesia de los Santos Juanes, hablando consigo mismo, pero en voz alta, había dicho éstas o parecidas palabras: - ¡Qué horror!
Al oír estas palabras alguien de los que acaso participaban en el incendio o estaban contentos por ello, le dijo: - ¡Tú eres un “carca”!
Aunque al ir a Valencia pretendía ocultarse y pasar desapercibido, finalmente no negó quién era.
Al P. Juan lo encerraron porque era sacerdote, y durante el tiempo que estuvo en la cárcel ejerció su ministerio sin temor.
En el patio de la cárcel daba auténticas conferencias o sermones, hablando de Dios y exhortaba a todos a mantenerse esperanzados y fuertes ante lo que pudiera venirles.
Bien pudo repetir, siguiendo el modelo de su Congregación: “He aquí, oh Dios, que vengo para hacer tu voluntad”.
En un primer momento, y durante 60 años, sus restos reposaron en un pequeño mausoleo, en la capilla de los seminaristas.
Allí se mantuvo su recuerdo y muchos alumnos que pasaron por esa casa fueron a venerarlo.