Solo se la conoce por una carta escrita a otra mujer llamada Clareta (o Clearete).
[4][5] En dicha carta de estilo dórico griego, se le expone a Clareta que el lujo no es lo que define la belleza de una mujer, sino la honestidad, siendo innecesario agradar a su marido con ropas elegantes.
[3] Una mujer honrada y prudente debe buscar siempre para su adorno la modestia, huyendo de todo lujo.
Dejemos para las cortesanas esas ropas brillantes de púrpura, bordados con talco y oro: estos son los instrumentos de su infame oficio, y las redes con que cogen a sus amantes.
Sus cuidados domésticos, su atención en complacer a su marido, su afabilidad, su dulzura, tales son los adornos que realzan su belleza.