Los milicianos fueron incorporados a los privilegios del fuero militar, recibieron instructores veteranos (es decir, del ejército regular) y se les otorgó espacios de poder a las aristocracias locales.
La invasión británica de 1806 hizo que el sistema se desprestigiara y fuera virtualmente abandonado en Buenos Aires al crear Santiago de Liniers las milicias voluntarias.
Subsistió, sin embargo, en otras áreas del virreinato durante la guerra de la Independencia.
La conquista británica de La Habana en Cuba en 1762 hizo que la Corona española pensara en realizar una profunda reestructuración del Ejército de América, hasta entonces formado mayormente por veteranos europeos establecidos en plazas fuertes, quienes no solían ser relevados y su número disminuía por la deserción y las bajas.
Esa comisión recomendó que las bases del sistema militar debían ser: Las recomendaciones fueron aprobadas y O'Reilly recibió el encargo de llevar adelante su implementación, estableciéndose milicias provinciales en toda la América hispana.
Los sueldos eran a cargo de la Real Hacienda, pero los armamentos y uniformes se pagaban con impuestos locales.
Los milicianos adquirían el fuero militar que les daba privilegios.
El virrey interino Antonio Olaguer Feliú consultó al subinspector general del virreinato, Rafael de Sobremonte:
Los cuerpos milicianos alcanzados por el reglamento pasaron a tener fueros militares e incluían algunos instructores veteranos en sus filas, quienes quedaban subordinados a los jefes milicianos de los cuerpos.
Las unidades previstas por el reglamento eran las siguientes:[5] El artículo n.º 2 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba que Buenos Aires y sus alrededores, incluso Santa Fe, debían contar con un pie de fuerza de 3083 plazas.
Se preveía la posibilidad de fusión entre las compañías si los milicianos no alcanzaban.
Fueron regladas por el reglamento algunas unidades del Alto Perú, las cuales no tenían instructores ni plana mayor veterana, por lo que eran consideradas milicias provinciales, aunque gozaban de fuero militar como las regladas.
Las unidades milicianas que no fueron comprendidas en el reglamento de 1801 continuaron existiendo como urbanos:
Con los blancos que no eran españoles se crearon compañías y escuadras denominadas de Urbanos del Comercio.
Dos compañías de 60 hombres quedaban en Mendoza y Colonia del Sacramento.
[13] La dependencia e instrucción siguió a cargo del Real Cuerpo de Artillería.
El artículo n.º 9 del capítulo n.º 1 del reglamento otorgaba al virrey la potestad para crear nuevos cuerpos reglados o aumentar las plazas de las compañías, dando cuenta al rey para su aprobación.
Tenía 3 compañías de igual fuerza que el del Escuadrón del Río Negro, Yí y Cordobés (180 hombres) ubicadas en: 1° Tacuarí, 2° Aceguá, y 3° Olimar.
Sin embargo, la flota se dirigía a África y las fuerzas fueron desmovilizadas nuevamente.
La división pasó a la Banda Oriental junto con el virrey Sobremonte.
La 2° compañía: capitán Salvador Alberdi, teniente Juan Benancio Laguna, alférez Máximo Molina, 3 sargentos, 4 cabos, 4 carabineros y 89 soldados.
La 3° compañía: capitán Manuel Padilla, teniente Javier Eugenio Ojeda, alférez Diego Ruiz Huidobro, 3 sargentos, 4 cabos, 4 carabineros y 89 soldados.
Estaban al mando del ayudante mayor Juan Ramón Balcarce.
La 1° compañía, que fue alistada en San Miguel de Tucumán: comandante José Ignacio Garmendia, teniente Diego Aráoz, alférez Xavier Ojeda, capellán Pedro Miguel Aráoz, 3 sargentos, 4 cabos, 4 carabineros y 89 soldados.
La 2° compañía fue alistada en Loreto (actual provincia de Santiago del Estero): capitán Salvador Alberdi, teniente Juan Benancio Laguna, alférez Máximo Molina, 3 sargentos, 4 cabos, 4 carabineros y 89 soldados.
Además de que soldados veteranos fueron ocupados en adiestrar a los milicianos sin su anuencia.
El 20 de enero se produjo el Combate del Cordón, cuando salieron de Montevideo fuerzas al mando del brigadier Bernardo Lecocq y fueron derrotadas por los británicos.