Poco a poco la galería central del suntuoso edificio se fue constituyendo en una especie de cuadro de honor del arte mexicano, un poderoso espacio simbólico que puso en tensión las preocupaciones oficiales y las propuestas artísticas.
Debe entenderse como una colección, lograda en el tiempo a partir de encargos, donaciones y adquisiciones.
El interior, con un estilo art decó y poblado de granitos y mármoles locales, fue criticado por su carácter burgués, que asemejaba el interior de cualquier sucursal bancaria; también hubo molestia ante los precios inaccesibles.
Diego Rivera recuperó la composición destruida del Centro Rockefeller para adaptarla al espacio más pequeño que le habían asignado en el Palacio de Bellas Artes.
En 1934 eligió un nuevo título: El hombre en la encrucijada mirando con incertidumbre pero con esperanza y una visión alta en la elección de un curso que le guíe a un nuevo y mejor futuro, pero también se ha conocido como El hombre controlador del universo.
Las escenas laterales se presentan a manera de pantallas que son observadas por distintos públicos.
Sin embargo, la más fuerte contraposición de la noción de Rivera sobre la máquina, el futuro y la tecnología es, hasta la fecha Katharsis, el mural que realizó Orozco al mismo tiempo que Rivera para el muro del Palacio.
Orozco pintó con toda la fuerza de sus expresivas pinceladas una contienda caótica, dos contingentes avanzan en direcciones opuestas iluminados por las llamas, hacia la izquierda un grupo armado ataca con puñales y cuchillos, enfebrecidos y con los puños en alto, uno de ellos se confunde ya con una turbina o engranaje, encadenado a su arma.
En contraposición, sobre el suelo yace una mujer desnuda, cubierta de joyas, con medias y tacones, se carcajea en una mueca grotesca al tiempo que abraza una máquina, en una posición francamente obscena, se le ha llamado "La Chata" y ha sido considerada una de las imágenes más repulsivas del arte.
Al centro sólo estaba una lucha descarnada por el poder que se ponía en mayor relieve frente a la visión utópica de la sociedad tecnológica y televisada (mediatizada) de Rivera (a pesar de que también incluía una fuerte crítica a la sociedad capitalista, el peligro del fascismo y el totalitarismo estalinista).
Ambas composiciones convivieron en este espacio aproximadamente diez años sin que hubiese más murales; en ese lapso se desarrolló la Segunda Guerra Mundial; Rivera y Orozco se consagraron con el epítome de “los dos grandes”, y en el Palacio de Bellas Artes el museógrafo Fernando Gamboa consolidó el proyecto del Museo Nacional de Arte, mientras la nueva burguesía mexicana se recuperaba y demandaba espacios culturales de calibre internacional.
A pesar del tono celebratorio del discurso de inauguración, la crítica no tardó en calificar la pintura como obviedad y lugar común, de crear una imagen poco menos que propagandística.
Este mural es una muestra del profundo conocimiento que Rina Lazo tenía de la cultura maya y su mitología.
La pintura representa los diferentes estratos del inframundo maya tal como se describen en el libro sagrado el Popol Vuh.