Los más de 500 voluntarios con los que contaron para esta tarea vanguardista fueron llamados por el ilustre Juan Ramón Jiménez «los marineros del entusiasmo [2]».
[3] Con el encargo del gobierno republicano de «difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural», Manuel Bartolomé Cossío, presidente del Patronato de las Misiones Pedagógicas puso al frente del "Museo circulante" o "Museo del pueblo" a un puñado de pintores voluntarios (misioneros culturales), entre ellos: Ramón Gaya, Juan Bonafé, Ismael González de la Serna, Luis Blesa y Prats y Eduardo Vicente.
Se llegaron a completar dos colecciones circulantes: la primera estaba integrada por catorce copias de cuadros del Museo del Prado, realizadas en su mayor parte por Bonafé, Gaya y Vicente.
[4] Los cuadros, bien embalados, eran transportados en un camión hasta los pueblos donde días antes se habían anunciado con carteles.
Se intentaba que las exposiciones coincidiesen con fiestas o ferias locales y alcanzasen al menos una semana duración.