Trece años después de la muerte del santo, el diácono San Cipriano y otros monjes bajo su regla tomaron la imagen y huyeron con ella a España,[1] donde la talla, acreedora de varios milagros, logró sobrevivir en el siglo viii a la destrucción y al pillaje llevado a cabo por los moros gracias a que fue escondida cerca del monasterio donde era venerada, lo que se tradujo en un aumento en la devoción hacia la Virgen, quien en 1330 se apareció a un canónigo regular de la Catedral de León al que encomendó dirigirse a Cádiz y buscar una cueva donde la imagen había sido escondida para evitar su desaparición; tras excavar en el punto exacto donde se hallaba un árbol el cual una misteriosa bola de fuego le indicó derribar, el monje apartó una roca y descubrió un altar subterráneo con la talla oculta en una caja junto a una lámpara milagrosamente encendida.
En 1912, Maria Ramos, quien tenía una parálisis cerebral y sufría fuertes convulsiones (estuvo a punto de morir en una ocasión), fue conducida a la iglesia y, a rastras, subió al altar para besar la imagen, tras lo cual se levantó sin ayuda y fue capaz de caminar por sí misma hasta la salida para asombro de todos.
[8] En 1909, el delegado apostólico en Filipinas Ambrosio Agius regaló a la imagen una valiosa reliquia consistente en un recipiente en cuyo interior se custodia un retal que se cree formaba parte de la túnica de la Virgen.
Esta reliquia se convirtió rápidamente en objeto de veneración y peregrinación, siendo costumbre que la misma sea besada por los fieles.
[2] Es habitual que se solicite su protección contra la violencia para las mujeres y los niños así como para que estos sean purificados, siendo el periodo de mayor devoción la tercera semana de noviembre.