Al transmitir la mayor parte del peso de la bóveda a puntos concretos, las ojivas permiten que el edificio alcance hasta veinte metros de altura, caracterizando así la arquitectura gótica[1] (que a veces se denomina "arquitectura ojival"), cuando las bóvedas de crucería románicas apenas podían superar los diez metros.
El uso de la palabra ojiva para designar un arco quebrado fue firmemente denunciado desde principios del siglo XX por Eugène Lefèvre-Pontalis quien observa que este término debe reservarse absolutamente para los arcos nervados que sostienen una bóveda.
[3] En efecto, a partir del siglo XVI, se ha producido un cambio de significado; los arqueólogos y arquitectos han utilizado el término ojiva para calificar cualquier figura formada por dos arcos que se cruzan.
[4] En 1992, Le Petit Larousse denunció el uso de la expresión “arco ojival” como común pero abusivo.
[5] Este requerimiento es, por otra parte, retomado por el historiador Jean-Marie Pérouse de Montclos.