Sin embargo, aunque las campañas debieron afectar a la vivienda, no es tan seguro que fuera arrasada.
[1] Según Teresa Pérez Higuera, el actual edificio conserva la estructura andalusí primitiva y la obra mudéjar consistió en labores decorativas, aunque no descarta la reparación de algunos lienzos.
[1] La parte más celebrada del conjunto era el Jardín de la Noria, atravesado por una acequia cuyas aguas eran recogidas por la noria para regar las plantaciones y surtir la alberca situada frente al palacio.
Según recoge Gómez-Moreno, a principios del siglo XX, cuando el edificio se encontraba en mal estado, aún se apreciaban las ventanas con arquillos lobulados, las yeserías de los encuadramientos –que data en el siglo XIV– y restos de pinturas –que considera anteriores– en las habitaciones del segundo piso.
Sería poco tiempo después cuando se acometió la segunda reforma del edificio, como atestiguan los escudos de Guzmán y Silva que figuraban en las yeserías.
Tras las desamortizaciones del XIX, la Casa de Montijo adquirió las partes proindiviso de las entidades cuyo patrimonio inmueble enajenó el Estado, interesando a la emperatriz Eugenia la restauración del palacio, lo que finalmente no ocurrió.
Se trata de un edificio formado por tres cuerpos perpendiculares a la fachada.
A ambos lados se encuentran dos ventanas geminadas con arcos lobulados y columnillas.
Los muros correspondientes a los cuerpos laterales se rematan mediante merlones con coronación piramidal y los correspondientes a la falsa fachada del cuerpo central con cornisa de ladrillo formando picos.
Los jardines se componían fundamentalmente de cipreses, aunque a lo largo del recorrido también aparecían lavandas, rosales, granados y plantas trepadoras como hiedra o parra virgen.