Esta paradoja fue articulada por el filósofo Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos (1945), donde sostenía que una sociedad verdaderamente tolerante debe conservar el derecho a negar la tolerancia a quienes promueven la intolerancia.
[1] Popper sostenía que si se permitía la expresión sin control de ideologías intolerantes, éstas podrían explotar los valores de la sociedad abierta para erosionar o destruir la propia tolerancia mediante prácticas autoritarias u opresivas.
La paradoja ha sido ampliamente debatida dentro de la ética y la filosofía política, con diversas opiniones sobre cómo deben responder las sociedades tolerantes a las fuerzas intolerantes.
John Rawls, por ejemplo, sostenía que una sociedad justa debería tolerar en general a los intolerantes, reservándose acciones de autopreservación sólo cuando la intolerancia suponga una amenaza concreta para la libertad y la estabilidad.
Aun así, Rawls también insiste, como Popper, que la sociedad tiene un derecho razonable a la supervivencia, que prima sobre el principio de tolerancia: En un trabajo de 1997, Michael Walzer preguntó «¿Debemos tolerar al intolerante?».