De hecho, Gregorio IX afirma en la carta, que los disensos y conflictos que se habían creado, disturbaban la serenidad necesaria a quien se dedica a trabajos académicos.
La bula asegura que el canciller debe mantener el secreto sobre los testimonios dados por estos maestros: así estos últimos se sentían más seguros para emitir su juicio.
Da luego libertad a la universidad de concederse reglamentos disciplinares propios y de expulsar del Studium a quienes no quieran seguirlos.
Para las facultades de Artes y Medicina, la bula prescribía que la concesión de la licentia docendi correspondía al canciller, aunque debía otorgarla solo a quienes fueran considerados aptos por los maestros.
Las facultades de teología y derecho en cambio, debían elaborar exámenes a propósito (y que englobaba otras materias) para otorgar el grado académico.