Al año siguiente logra plaza en el coro de la catedral.
En la ciudad cántabra reside por tres años y se traslada a Madrid con intención de ingresar en el conservatorio, siendo rechazado su ingreso por, en opinión de su director Piermarini, «el excesivo poder del tenor».
En Madrid conoce a Reart, quien sería su verdadero maestro, y a Ramón Carnicer, quien lo ayuda para entrar en el coro del Teatro de la Cruz en 1836, donde destaca como solista y donde trabaja, alternando con el Teatro del Príncipe, hasta 1842.
En San Petersburgo obtiene una excelente acogida y crítica, llegando a recibir, como era costumbre con los grandes cantantes, una actuación en su beneficio, fue aclamado junto a Rabin, el mejor tenor de la época.
[1] El crítico musical Joaquín Espín y Guillén juzgaba así al malogrado tenor: