La teología católica llama pena de sentido a los diversos sufrimientos que padecen en su ser espiritual las personas que no han sido consideradas dignas de presentarse ante Dios.
La pena más famosa, la inmersión en fuego, es muy peculiar porque afecta la esencia misma del ser.
Quien rechaza a Dios, en su Juicio Particular descubre que está unido a Dios de manera intrínseca, insoslayable, porque Él le sostiene en la existencia, le da continuamente el ser.
El odio le abre la puerta, lo activa, y ocasiona un gran dolor.
Este contacto se convierte en lo que tradicional y analógicamente se llama "fuego" porque la pureza de Dios rechaza al mal que la persona ha aceptado como parte de sí misma, haciendo arder ese mal enquistado.