Fue así que se transformó en mascota del músico, que lo llevó consigo a sus funciones y otros conciertos, lugares donde la gente empezó a tomarle cariño.
Todos querían recibirlo en sus hogares o compartir un rato con él en los bares y restaurantes que frecuentaba.
Se solía sentar junto a la orquesta o los solistas y meneaba su cola en señal de aprobación.
Muchas veces la crítica del espectáculo al día siguiente, dependía de las reacciones que había tenido el perro.
Fernando gruñó en un par de oportunidades, lo que motivó que, hacia el final del espectáculo, el músico se levantara de su silla y admitiera: “Tiene razón.
Ningún viajero pasaba de largo sin buscarlo, conocerlo y fotografiarlo.