Allí estuvo cinco años y luego marchó a Toulouse para graduarse.
Gustaba de la poesía y dirigió en 1572 a la Academia de los Juegos Florales un idilio que le valió un premio.
De vuelta a su provincia, obtuvo el cargo de consejero en el presidio de Angers, pero dejó sus deberes para aplicarse al estudio de las lenguas orientales; aprendió hebreo, caldeo y árabe y se apasionó tanto por la etimología que ya no veía en las lenguas modernas más que derivados del hebreo.
Murió a los 84 años en Angers.
Le Loyer era una prodigio de erudición, pero no tenía ni gusto ni juicio para jerarquizar y estructurar esos conocimientos; si bien se picaba por conocer las menores costumbres de los pueblos antiguos, no conocía las de la provincia en que él mismo se movía.