Dedicada a Henri Duparc, constituye, junto con el Canto perpetuo, la mayor obra del músico para voz y orquesta.
El mar bajo el sol brillante estará en llamas, Y sobre la fina arena vienen a besarse Haz rodar cuchillas deslumbrantes.
Tú a quien la Juventud y el Amor transfiguraron, Tú me apareciste entonces como el alma de las cosas; Mi corazón voló hacia ti, te lo llevaste sin retorno, Y del cielo entreabierto llovieron rosas sobre nosotros.
Que sonido tan triste y salvaje ¡Es el momento de decir adiós!
El mar rueda en la orilla, burlándose y preocupándose poco Que sea el momento de decir adiós.
Pasan los pájaros, con las alas abiertas, sobre el abismo casi gozoso; En el sol brillante el mar es verde, Y sangro, en silencio, Mirando los cielos brillar.
Nunca tan suavemente el cielo oscuro lo tuvo ¡Las mil rosas doradas de las que cae el rocío!