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Con todo, parece existir un consenso general respecto al hecho de que asistimos a un lento y paulatino calentamiento global.

Si ampliamos los datos hasta el siglo pasado, diversos estudios suelen coincidir en que entre 1860 y 1992 se produjo un incremento global medio de unos 0,6 °C Ver: Intergovernmental Panel on Climate Change, IPCC.

El papel que las diferentes actividades humanas juegan en este incremento ha sido y continúa siendo objeto de un intenso debate.

Conocida la capacidad que tanto el CO2 como otros gases pueden tener para provocar el llamado efecto invernadero, parece lógico pensar que las grandes cantidades de estos gases vertidas a la atmósfera ejerciesen una lenta pero paulatina influencia.

Por otro lado, en los datos recogidos por diferentes satélites (ACRIM I y II, Nimbus 7 y ERBS) se ha observado que la denominada "Constante Solar", una magnitud utilizada para representar la emisión de energía por parte del Sol, es en realidad una variable que en los dos últimos ciclos solares ha oscilado un 0,1 por ciento.

Sin embargo, las apreciaciones del IPCC en este último punto no son aceptadas por todos.

Actualmente, científicos del NCAR (National Center for Atmospheric Research, o Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de Estados Unidos) trabajan en observaciones más detalladas sobre las variaciones en la emisión de energía por parte del Sol, y consideran que aunque reducida, la oscilación puede ser suficiente como para ocasionar cambios medibles en el clima.

Así pues, cada vez más grupos de científicos parecen coincidir en que pequeñas variaciones en la actividad solar, las cuales hemos comenzado a medir con exactitud durante los últimos 20 años, pueden tener su reflejo en el clima terrestre.

De los datos recogidos parece deducirse que los periodos con una menor actividad solar, reconocibles entre otros parámetros por una menor cantidad de manchas solares (cuyos registros más o menos fiables abarcan los últimos 200 años, aunque hay observaciones aún más antiguas que se remontan al periodo inmediatamente posterior al descubrimiento del telescopio, durante principios del siglo XVII), favorecen pequeños enfriamientos relativos en el clima terrestre.

Sin embargo el Sol no es la única fuente de las partículas energéticas que inciden sobre la tierra.

Gracias a diversos experimentos, especialmente los realizados en 1910 por el suizo Albert Gockel y los efectuados por el físico austriaco (más tarde nacionalizado estadounidense) Victor Franz Hess entre 1911 y 1912, se pudo comprobar que el nivel de la ionización atmosférica, provocada por reacciones de alta energía del cual era responsable un agente desconocido, crecía con la altitud.

Dichos experimentos se vieron continuados y confirmados por Robert A. Millikan quien introdujo el término "Rayos Cósmicos".

Posteriormente Walther Bothe y Dr. Werner Kolhörster, establecieron que dichos rayos cósmicos eran en realidad partículas cargadas.

Por otra parte, el Sol emite en las grandes erupciones solares partículas energéticas que podrían considerarse como rayos cósmicos, aunque debido a su baja energía (generalmente por debajo de 10+9 eV o 1 GeV, aunque a veces pueden alcanzar valores en torno a los 10 GeV) en comparación con los anteriores, se agrupan en una categoría diferente: las llamadas Partículas Energéticas Solares (Solar Energetic Particles o SEPs).

En 1997 Henrik Svensmark and E. Friis-Christensen descubrieron una correlación entre la intensidad de los rayos cósmicos que inciden sobre la Tierra y su cubierta nubosa global.

Ver: Svensmark, H. & Friis-Christensen, E.: Variation of cosmic ray flux and global cloud coverage - a missing link in solar climate relationships.

Esta es más intensa en las zonas superiores de la atmósfera y disminuye a medida que descendemos en la misma.

Ver: N.Marsh and H.Svensmark, Low cloud properties influenced by solar activity, enviado a Geophys.

En este último, sorprendentemente puede observarse que la correlación es más intensa en las zonas cercanas al ecuador magnético terrestre, en donde los efectos de la modulación de los rayos cósmicos por el viento solar deberían ser algo menores que en latitudes magnéticas altas.