Estas particularidades económicas provocaron que al contrario que en el núcleo del Imperio carolingio, donde los terratenientes al perder sus salidas comerciales tendieron a autoabastecerse permaneciendo solamente pequeños mercados locales, la nobleza italiana no adquirió todavía carácter rural al no residir en sus campos, asolados por las razzias sarracenas, sino que se permaneció en las ciudades (civitas) obteniendo beneficio de sus bienes raíces.
Estos mercaderes se establecieron en los aledaños de las ciudades, formando un barrio a extramuros (forisburgus), en un suburbio construido por motivos económicos.
A la larga, el primitivo núcleo feudal de las ciudades perdieron su sentido y tiraron sus muros, ampliándose el recinto urbano amurallado.
Desde época postcarolingia, los obispos habían asumido no solo funciones religiosas, sino también funciones administrativas comitales como delegados reales en la civitas y sus territorios aledaños, en un área que se podía extender unos 10 kilómetros,[2] lo que incluía a la pequeña nobleza.
Contra la concepción feudal, los mercaderes, vinculados entre sí por sociedades, se dieron cuenta de que el ejercicio de sus actividades profesionales exigía que los poderes dominantes tradicionales reconocieran no solo las libertades y los privilegios económicos, sino también las franquicias jurídicas y el poder político para su salvaguarda, con lo que procuraron el cambio jurisdiccional y la limitación de la acción episcopal.
Los señores laicos, y sobre todo los reyes, se dieron cuenta de que les interesaba favorecer a los nuevos grupos urbanos, bien para encontrar en ellos apoyo contra sus adversarios o para obtener, mediante imposición de impuestos y tasas, beneficios sustanciales a partir de las actividades económicas a que se dedicaban los ciudadanos.
Aunque la inoperancia del poder imperial en el reino italiano durante la primera mitad del siglo XII favoreció el desarrollo de las comunas, lo que realmente decidió este desarrollo de la institución comunal, fue la dinámica entre las distintas facciones y sus fluctuantes alianzas.
En la antigua marca de Verona: Verona, Padua, Vicenza, Treviso, Mantua, Ferrara, dada su situación montañosa, la nobleza no había sido sometida a la comuna como los valvasores de las planicies del alto Po, y esta nobleza que se vinculaban voluntariamente a la comuna atraídos por su riqueza, allí aspiraba a obtener el gobierno, como por ejemplo, los Visconti en Milán, los Este en Ferrara, o los Romano en Verona y Vicenza.
En Piamonte, se produce más retrasadamente la extensión del fenómeno comunal con la apropiación de los territorios y derechos feudales señoriales o episcopales en las zonas rurales circundantes, como en el caso Turín, Asti, Vercelli o Novara, por lo que la enemistad entre las ciudades no era tan intensa como en las ciudades lombardas;[13] y aunque en Piamonte las zonas feudales estaban dispersas, estas no desaparecieron, y fueron los marqueses de Montferrato los firmes apoyos del gibelinismo expandiendo su territorio.
La querella entre el emperador Federico II y los papas Gregorio IX (1227–1241) e Inocencio IV (1243-1254), sin duda, contribuyó a dar forma a las facciones políticas en el norte de Italia durante el siglo XIII, con la aparición de los partidos papales e imperiales, denominados güelfos y gibelinos respectivamente.
En este contexto, las alianzas entre los obispos y las comunas se hicieron más habituales en el siglo XIII, dado que el poder eclesiástico se presentaba como garante de la independencia comunal frente a imperio, mientras que la ideología imperial se impulsaba en gran medida desde el mundo rural, aunque sin excluir, que las controversias con obispos fueron una característica inevitable en la escena urbana italiana.
No obstante, son las divisiones entre el patriciado terrateniente y el popolo las que caracterizan la política urbana a comienzos del siglo XIII, variando en importancia desde un lugar y momento a otro según las inquietudes respecto de los derechos ciudadanos.
Esto resultó más fácil cuando el popolo tuvo éxito en finalizar las luchas partidistas tan violentas que podían ser descritas en forma de guerra civil.
En Siena, la revuelta de 1315 fue aún un enfrentamiento entre linajes-bando rivales del patriciado: Tolomei contra Salimbene, pero en 1318, los artesanos y mercaderes ricos impedían ya, como nuevo patriciado, el acceso al poder de otros artesanos gremiados.
La señoría podía compartirse con otra señoría en la misma comuna con otras funciones distintas: en Milán, Martino della Torre, cuya familia había ostentado cargos comunales previamente, fue proclamado anziano del popolo, pero en el mismo año de 1259, Oberto Pallavicino fue designado por iniciativa de della Torre, a capitano di popolo; y en 1278 la situación se repitió entre Otón Visconti y el marqués Guillermo VII de Montferrato.
Fue en este camino, en el que, en el curso del siglo XIV, comenzó el gobierno permanente y legal por únicas familias.
De las instituciones comunales, que ya dominaban y manipulaban, los signori obtenían la legitimidad de sus títulos y acumulaban magistraturas[20] (un ejemplo lo tenemos en Mastino I della Scala, fue elegido podestà de Verona en 1259, y capitán del pueblo en 1262), también la autoridad para controlar las comunas "de acuerdo a su propia voluntad", ejercer poderes extraordinarios y el derecho a transmitir esta concesión a sus sucesores escogidos;[21] y de esta manera se formaron dinastías locales como los Visconti en Milán, los Langoshi en Pavía, los Gonzaga en Mantua, los Este en Ferrara, los della Scala en Verona, los Carrara en Padua o los Rusoni en Como.
[26] En Milán, con la expulsión de la nobleza en 1257, esta puso sus esperanzas en el gibelino Ezzelino da Romano, lo que entregó la señoría al güelfo Martin della Torre en 1259, gobierno que pasó a sus descendientes, este ejemplo fue seguido por otras ciudades lombardas como Lodi, Novara, Como, Vercelli o Bérgamo, que buscaron protección bajo el dominio de los Torriani, y esta situación se extendió en Lombardía, el gibelino marqués Oberto Pallavicino, vicario imperial en Lombardía, que ya ejercía su poder en Cremona desde 1249, extendió su influencia sobre el resto de Lombardía, como Pavía, Crema, Piacenza, Brescia, Tortona o Alejandría;[27] con la expedición de Carlos de Anjou y su victoria en Benevento, Pelavicino cayó en 1266, los Torriani sufrirían la misma suerte frente a los Visconti en 1277 y en 1311, y durante los siguientes 35 años, los Visconti extendieron su dominio obteniendo el poder en Cremona (1334), Pavía, Lodi, Bérgamo (1332), Como (1335), Piacenza (1337), Tortona, y Parma (1346); por su parte, los Bonacolsi desde 1276 y después, desde 1328 la familia Gonzaga, llegaron a ser los únicos gobernantes de la gibelina Mantua.
[32] En un territorio feudalizado, se desarrollaron las señorías sujetas a la suzeranía de estos príncipes regionales.
Florencia conquistó varios de sus vecinos: Volterra, Prato, Pistoia, San Gimignano, antes que cualquier signorie se originara en ellas.
Dos comunas, Siena (al menos durante el siglo XIV) y Venecia, rechazaron el gobierno signorial completamente en beneficio de las instituciones republicanas.
En las repúblicas, una economía que sería amenazada por la desunión interna, una clase dirigente unida al menos en su búsqueda de ventaja comercial ayudaba a asegurar la preservación del orden público y a rechazar de cualquier individuo o familia buscando la dominación política.
Sin embargo, dadas las dificultades para controlar a estos líderes militares, puesto que se temía que podrían asumir el control del Estado, se hizo común, desde la década de 1330, negociar con condottieri no italianos.
Estas compañías extranjeras, como las de John Hawkwood, Albrecht Sterz o Hannekin Baumgarteny, dominaron la guerra en Italia, y como sistemas administrativos portátiles, eran capaces de chantajear a sus antiguos empleadores.
Durante este periodo, la fragmentación e inestabilidad heredada del periodo comunal fue superada por la formación de divisiones políticas más estructuradas y coherentes y con mayor amplitud territorial, esto es, las ciudades más poderosas se aseguraron el control de sus vecinas.
[34] Como consecuencia de esta fragmentación heredada, se condicionó la dinámica de la formación territorial del Estado principesco en esta época, afectado por cambios como adquisiciones y pérdidas territoriales, o repartición entre herederos.
En especial, estos cambios fueron más acusados tanto más cuando se refieren a principados que no se gestaron en torno a un gran centro urbano sino a la figura de un señor, como ocurrió en los Estados Pontificios o en Piamonte, donde la adquisición territorial no se hacía sobre ciudades con su definido contado, sino sobre castillos, señoríos feudales o pequeños núcleos urbanos, y así por ejemplo, el ducado de Urbino, expandido desde la señoría de Montefeltro, contaba a finales del siglo XV un superficie equivalente al contado de un ciudad lombarda; por el contrario, las zonas de Lombardía y valle del Po mantuvieron una mayor estabilidad, donde las viejas comunas fueron transformadas en provincias del nuevo Estado, y en la que la ciudad (el núcleo urbano) era la capital de la provincia, y en el que su territorio (contado) mantuvo su sujeción.
En la realidad del entramado político italiano, la posición del emperador (o el rey de Romanos) se mostraba al ser requerido por las repúblicas urbanas y signori para obtener una concesión imperial de jurisdicción: las repúblicas urbanas buscaban confirmación e libertades, y los signori legitimar sus regímenes o romper sus vínculos constitucionales con la comuna.
En Mantua, el emperador Luis IV confirmó a la casa Gonzaga (1329) el vicariato imperial,[28]Leibniz, Gottfried Wilhelm (1984).
En Toscana, la república de Florencia logró someter a Pisa, Volterra, Arezzo, Liorna y Pistoia.