Su soberano, el rey Carlos el Calvo tenía otras preocupaciones: la disputa entre el papa y su sobrino Lotario II sobre el estado civil de este; su propio estatus marital con un complot organizado por su cuñado Guillermo de Orleans, que fue decapitado en el 866; y las inquietudes sobre sus hijos que juzgaba no estaban a la altura.
Su consejero, Hugo el Abad, le retiró el condado de Poitiers y se lo confió a Ranulfo II.
Pero los dos reyes, cada uno después de haber tenido éxito contra los vikingos, murieron pronto: Luis III, en 882; y Carlomán II, en 884.
Los grandes del reino ofrecieron la corona al rey germánico Carlos III el Gordo, pero este último fue incapaz de luchar contra los vikingos, y murió abandonado por todos en 888.
En conclusión, la existencia del hijo legítimo no está asegurada, y, si realmente vivió, es poco probable que hubiera sobrevivido a su padre.