Su desmantelamiento tuvo que exigir un esfuerzo considerable, pero no se menciona en la documentación española.
[4] Las cerámicas rituales, que los españoles tomaron por ídolos paganos, estaban dispuestas en parejas en pequeños bancos distribuidos por toda la ciudad.
Se consideraba una entrada al otro mundo y es casi imposible salir de él.
Los itzás finalmente emigraron a Tayasal, una isla en el lago Petén Itzá, en 1194.
En 1525, después de la conquista española del Imperio azteca, Hernán Cortés dirigió una expedición a Honduras por tierra, que atravesó el reino itzá.
[9][6] Cortés les dejó a los itzá un caballo cojo que trataron como una deidad; intentaron alimentarlo con aves de corral, carne roja y flores, pero el animal murió al poco.
Les explicó que, según una antigua profecía itzá, aún no era el momento de convertirse al cristianismo.
Desde que Cortés hubiera visitado Nojpetén, los itzás habían hecho una estatua del caballo deificado.
Sin embargo, los intentos de convertir a los itzás fracasaron y los frailes acabaron por abandonar amistosamente Nojpetén.
Un grupo de guerreros armados rodeó los alojamientos de los misioneros y tanto estos como sus sirvientes fueron escoltados a una canoa que los esperaba; allí se les ordenó que se fueran y no regresaran nunca.
Los misioneros fueron expulsados sin comida ni agua, pero sobrevivieron al viaje de regreso a Mérida.
[11] En 1622 el capitán Francisco de Mirones partió del Yucatán para acometer a los itzás.
Aunque esperaban una bienvenida pacífica, fueron atacados de inmediato por unos dos mil guerreros mayas.
Los itzás pudieron expulsarlos de la ciudad, pero esta sufrió considerables destrozos en los combates.
[16] La ciudad cayó tras una breve pero sangrienta batalla en la que murieron muchos guerreros itzás; los españoles tuvieron pocas bajas.
Los itzás supervivientes trataron de llegar a tierra firme nadando, pero muchos se ahogaron.
[18][19] El Kan Ek' fue apresado pronto con la ayuda del señor maya de Yalain.