Sin embargo, no extinguió las reclamaciones de los nacionales franceses contra el Gobierno ruso.
Sin embargo, fueron los Estados Unidos los más dispuestos a financiarles, primero con la venta de Alaska en 1867, y luego con un préstamo en septiembre de 1878, pues los inversores europeos estaban preocupados por sus conflictos abiertos en Bosnia y el Imperio Otomano.
Los préstamos estatales emitidos entre 1866 y 1884 estaban programados para ser amortizados en 1925-1926.
Esta decisión afectó a los principales suscriptores, que fueron, por orden de magnitud, Francia, Gran Bretaña y Bélgica.
A pesar de este decreto, las cotizaciones de los bonos rusos se mantuvieron relativamente altas durante los tres años siguientes, puesto que bancos siguieron pagando a los titulares.
[15] De hecho, los inversores franceses se mostraron mucho más optimistas que sus homólogos británicos.
[17] El 16 de marzo de 1921, al firmar el Acuerdo Comercial Anglo-Soviético, Gran Bretaña fue el primer país europeo en reconocer la soberanía del nuevo régimen.
En este contexto resurgió en 1931 el affaire Arthur Raffalovitch, una historia de pago a la prensa por publicidad favorable para la deuda rusa con tintes antisemitas, que había sido resuelto 25 años antes.
En 1986, se firmó un acuerdo entre el Reino Unido y la Unión Soviética, en el que se estipulaba que el primero renunciaría a reclamar al segundo el reembolso de las deudas anteriores a enero de 1939, y en particular se especificaba "cualquier bono o préstamo emitido antes del 7 de noviembre de 1917 por cualquier antiguo gobierno o autoridad que representara al Imperio Ruso".
Cada bono se presentaba con cupones: un título de 100 francos suscrito por un portador daba derecho al 4%, es decir, 4 francos de intereses pagados en cuatro plazos trimestrales de 1 franco, reajustados según la cotización y liquidados en oro o en dinero convertible en oro: estos complicados mecanismos atraían a los ahorradores que buscaban una anualidad regular.