Su grandiosidad lo sitúa como el encargo pictórico más importante del siglo XV en Cataluña.
Su formación se realizó entre Valencia, Tarragona y Barcelona, si bien no se descarta que pudiera haber visitado Cerdeña o Nápoles, que formaban parte de la Corona de Aragón.
Desarrolló su máxima actividad en Barcelona a partir de 1448, donde creó un taller que prácticamente monopolizó la realización de retablo sa Cataluña durante la segunda mitad del siglo XV, una vez muertos Bernat Martorell y Lluís Dalmau.
[2] El gremio de Curtidores tenía una hermandad o cofradía fundada a principios del siglo XV.
Según éstas, los curtidores veneraban como patrón a San Agustín,[4] y tuvieron su propia capilla en el convento desde 1401.
El escultor presentaba dibujado en un pergamino la traza del retablo que se comprometía a construir y dejar terminado, hasta que fuera apto para recibir la pintura, en un año y medio.
Simultáneamente se encargó la pintura del retablo al pintor Lluís Dalmau.
Desde el punto de vista del convento este retablo suponía una aportación importante que los frailes quisieron reconocer.
En la nueva iglesia de estilo barroco no se trasladó el retablo que fue custodiado por el gremio de Curtidores que también se había trasladado a la calle del Portal Nuevo número 2.
Se desconoce documentalmente su altura, número de escenas y el relato pictórico.
La estructura sería similar, pues, a la del Retablo de San Miguel y San Pedro realizado por Bernat Despuig y Jaume Cirera, si bien en este no hay tallas, sino mesas calle central.
La diferente interpretación de la iconografía ha llevado a un debate sobre si el tema que recoge es la conversión o la "disputa con los doctores".
En las Confesiones de san Agustín, este recuerda en el momento de su conversión a sus amigos Alipi, personaje que menciona como su "hermano del corazón", Nebridi, Verecund y su hijo Adeodato, probablemente el joven rubio que está al lado del santo.
San Agustín señala hacia el cielo indicando de dónde venía la voz que le dijo tolle, lege (tiene, lee).
[9] Es una pieza clásica con Cristo crucificado entre los dos ladrones en el momento que le acercan la esponja con hiel.
A los pies está la Virgen, sujetada por san Juan Evangelista cuando se desmaya.
Destaca la figura del centurión Longinus a caballo en el lado izquierdo de Jesús que menciona, mediante una filacteria sobre él, vere filius dei erat (Es verdad, este hombre era Hijo de Dios).
Las dos escenas no conservadas, probablemente eran Oración en el Huerto y Encarcelamiento o la Flagelación de Cristo ' '.
En la parte de la derecha, vemos los verdugos, que se distinguen por sus ricas vestimentas.
Jesús gira compasivamente el rostro hacia María entrecruzando una mirada con su madre que expresa un dolor profundo y contenido que se refleja también en las manos entrelazadas y suplicantes de san Juan.