Rodrigo de Arriaga

[1]​ Arriaga tuvo una gran influencia en la cultura europea a lo largo del siglo XVII, en autores como Gottfried Leibniz, René Descartes, Valeriano Magni y Juan Caramuel.

[5]​ Entre otros maestros hace falta mencionar a Juan de Lugo, posteriormente cardenal, teólogo fecundo y altamente apreciado.

A la par con ella venían surgiendo en dicho clima creaciones significativas de finísima cultura artística y científica.

A poco tiempo Arriaga llamó la atención pública sobre sí por los excelentes resultados del estudio, los cuales le valieron la carrera científica.

Contra todas expectativas dentro de algún tiempo este mismo profesor rindió homenaje a las tradiciones nacionales, actitud que encontró repercusión muy favorable en los círculos bohémicos, particularmente en las capas representadas por B. Balbín.

En aquellos años trabajaba en la Universidad de Praga, con Arriaga, el famoso científico Marcus Marci (1595-1667).

Cuando Arriaga publicó sus ensayos en que criticó la concepción filosófica de Paracelso, Marcus Marci escribió, en 1662, una extensa obra intitulada Philosophia vetus restituta, en que se opuso al juicio del profesor español y se mostró adversario digno de consideración en el diálogo filosófico.

Entre los jesuitas que impusieron su poder en la Universidad, y las órdones de orientación escotista dominante, centradas en torno del seminario arzobispal, reinaba una tensión ideológica permanente que ejercía influencia benigna sobre el desarrollo del pensamiento filosófico.

Recuérdese por lo menos a Valeriano Magni quien representaba la tradición anti-aristotélica autóctona de la filosofía que seguía el espíritu bonaventuriano y, especialmente, a Juan Caramuel, afamado no sólo por su obra matemática, sino apreciado incluso en la actualidad como un gran lógico formalista.

[5]​ Las vicisitudes aparentemente tranquilas del profesor praguense encerraban en efecto más de un momento grave, crucial y numerosos conflictos.

En el agudo litigio que se prolongaba a decenios lograron ganar, según es conocido, los jesuitas.

Opinó que hacía falta facilitar el acceso al recinto académico a los profesores no jesuitas, en especial a los maestros del seminario arzobispal, y admitir en dicho foro una pluralidad de corrientes y escuelas.

Qué clase de obra se propuso realizar ya desde su adolescencia, nos deja ver su propio prefacio a la Lógica.

Como numerosos pensadores del siglo XVII, también Arriaga estaba convencido de que justamente en su época la humanidad abría una nueva era en que se llevaría a cabo, para el bien universal, la edificación de las ciencias a las cuales, según opinaba, recién se ponían los cimientos nuevos, realmente sólidos y defintivos.

Pero aun así la obra inacabada no desmerece el alcance de sus pensamientos y sus ensayos.

El año 1632, ese mismo año en que Wallenstein medía sus fuerzas con Gustavo Adolfo en el campo de batalla próximo a Lützen, en Amberes apareció la primera obra escrita por Arriaga, es decir su gran Cursus philosophicus, con la dedicatoria al Emperador de Austria Fernando III.

Después del tratado como si el profesor praguense permaneciera callado durante largos años.

El resto de la obra (uno o dos tomos que faltaban) Arriaga ya no alcanzó terminarlo.

Su verdadero juicio Arriaga lo manifestó en varias ocasiones dirigiendo comentarios despreciativos a los adversarios de Galilei.

Disputationes theologicae editado en 1643
Cursus Philosophicus (Amberes: Balthasar Moretus ) 1632