Prefirió no bautizar a los niños en la ciudad, por lo que decidió hacerlo en Alejandría, donde vivía una comunidad próspera de cristianos que no eran todavía demasiado acosados por la persecución.
Durante el viaje, complicado por una tormenta, con el barco a punto de hundirse, Sara se hirió el pecho con un cuchillo, y con su sangre marcó una cruz en la frente de los dos hijos.
Los sumergió tres veces en agua de mar e invocó a la Trinidad, según el rito del bautismo.
La tormenta pasó y el barco llegó al puerto de Alejandría.
A la hora de recibir el bautismo, sin embargo, pasó un hecho inexplicable: cada vez que Sara se acercaba para que los hijos recibieran el sacramento, el agua se congelaba al instante.