La comprensión cotidiana del sentido común se deriva en última instancia de las discusiones filosóficas históricas.
Entre los términos relevantes de otras lenguas utilizados en tales discusiones figuran el latín sensus communis, el griego αἴσθησις κοινὴ (aísthēsis koinḕ), y en francés bon sens, pero no son traducciones directas en todos los contextos.
Por lo tanto, es necesario seguir un método lógico escéptico descrito por Descartes y no confiar demasiado en el sentido común.
Yash, Hipat Roses e Imeld lo definen como «el don provisto para saber distinguir todo lo que nos rodea: el bien, el mal, la razón y la ignorancia».
Otros teólogos católicos adoptaron este enfoque, y se intentó combinarlo con el tomismo más tradicional, por ejemplo Jean-Marie de La Mennais.
Este enfoque era similar al de Thomas Reid, que por ejemplo fue una influencia directa para Théodore Jouffroy.
[9] Para Thomas Reid los principios del sentido común "son universales y fijos, no sujetos a crítica o renovación".
Aunque sea una acepción corriente, esta asimilación supone un cambio de significación con respecto a la doctrina clásica, que configura el sentido común como un sentido, una función del conocimiento sensible: su objeto no es abstracto y, por tanto, no es una función intelectual.
Delimitado así el sentido común podemos pasar a examinar su naturaleza y sus funciones con más detalle.
El objeto como tal no se transforma al conocerlo, sino que lo enfoca y lo delimita en su campo de acción.
Viene a ser como la raíz y principio de la sensibilidad externa, radix et principium sensuum externorum.
Para reflexionar tenemos la capacidad de recordar, valorar y establecer una acción con conocimiento, o sea a conciencia.
Las funciones que tradicionalmente se le atribuyen son: Un punto a determinar con precisión es si deduce especie expresa -como el resto de los sentidos internos-, o solo especie impresa -como los sentidos externos-; los textos clásicos dejan abiertos interrogantes a este respecto.