Sociedad Española de Electricidad

El promotor principal fue Tomàs Josep Dalmau Garcia, que junto con el ingeniero Narcís Xifra y Masmitjà ya había hecho algunas instalaciones eléctricas.

La tecnología a finales del XIX sólo permitía a las centrales eléctricas producir corriente continua, la cual tenía dos grandes limitaciones; en primer lugar debían instalarse cerca de los consumidores por las grandes ineficiencias en el transporte que tenía.

Y en segundo lugar, no existían transformadores, de forma que si hacían falta dos voltajes distintos en una fábrica, uno por iluminación y otro para motores, se debía tanto generar como transmitir por medios físicos separados.

Las luces de incandescencia eran más aptas para el interior y para espacios reducidos.

Utilizadas en la industria, daban también la posibilidad de que el trabajador tuviera su propia luz para iluminar tareas específicas, especialmente para trabajos en los que la visión era importante, como imprentas, fábricas textiles, o talleres de confección.

En 1874 se incorporó a la sociedad el ingeniero Narcís Xifra y Masmitjà.

Las iniciativas innovadoras no estaban limitadas al campo de la electricidad: en 1877 Narcís Xifre ensayó, por primera vez en Cataluña, una comunicación telefónica a larga distancia, entre Barcelona y Gerona.

El resto del capital estaba repartido entre varios socios, como los industriales Llorenç Baladia, Miquel Buxeda, Josep Gassó y Joan Bertrand, Bru Cuadros y el abogado Josep Pujol, presidente de la entidad Foment de la Producció Nacional ; [7]​ Narcís Xifra y Masmitjà, director técnico, había suscrito 20 acciones.

[1]​ La compañía solicitó autorización al Ayuntamiento de Barcelona para realizar las conducciones eléctricas necesarias.

El hecho de que sólo se hubiera desembolsado una parte minoritaria del capital dejaba a la sociedad en una posición financiera expuesta.

Aunque algunos comercios contrataron el nuevo servicio, la respuesta de los hogares fue muy reducida.

La empresa llevó a cabo acciones comerciales en este sentido, aunque con pocos resultados.

El fin de la concesión llegó en 1884, una vez que la electricidad ya había entrado en la ciudad.

En ese momento el Ayuntamiento hubiera tenido que liquidar las deudas pendientes con Gas Municipal [2]​pero no disponía del dinero suficiente.

Las concesiones del alumbrado público tenían una cláusula llamada del Progreso de la Ciencia que permitía a los ayuntamientos retirar los permisos de canalización si se producían avances técnicos significativos.

Aunque la prueba funcionó correctamente, no hubo demanda para este tipo de proyectos.

La debilidad del mercado impidió que se alcanzaran unas ventas suficientes; además, los elevados aranceles encarecían la importación de las materias primas.

Tomás Dalmau intentó vender las acciones en autocartera, pero no encontró comprador.

Poco después Narcís Xifra abandonó la compañía y se fue a una empresa competidora.

Un motor a vapor hace girar una máquina de Gramme (derecha)